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Nunca tendré una lista pegada al refrigerador con las cosas que debo hacer. De hecho, así como voy, creo que nunca tendré refrigerador.
En vez de eso, se me acumulan los libros, se me entibian las cervezas y se me juntan también las cosas por hacer.
Eso pienso mientras me tomo una cerveza helada -recién traída del negocio más cercano- y tengo esparcidos sobre mi cama los últimos libros que compré casi sin pensar en el total de la compra, ni mucho menos en el total de mi sueldo -cifras que por lo demás son peligrosamente similares-.
Y es que me ofrecí para ir a comprar unos libros para una premiación de un concurso de cuentos que organiza uno de los colegios en que trabajo... y bueno, me tenté... Así que aquí estoy con mi cama plagada de libros y de pruebas que debo revisar si es que no quiero estar nuevamente a última hora revisando y dejando entonces de hacer otras cosas que ahora no recuerdo que son, porque como ya dije antes no hago listas, ni tengo refrigerador alguno donde pegarlas, si las hiciera.
Para evitar estos problemas la gente que conozco vive inventando soluciones: me regalan agendas, libretas, papeles adhesivos y hasta me mandan mails constantemente con el título de "recordatorio", que forman parte de los 459 que el contador de MSN me indica como no leídos y que supongo se seguirán acumulando.
A veces incluso la paciencia se les acaba y se enojan un poco. Me dicen que use celular, que me aprenda sus teléfonos... que deje un poco de comprar libros y me preocupe de comprar otras cosas...
-¿Cómo un refrigerador? -les pregunto.
-Sí, como un refrigerador -me responden.
Yo entonces pienso el asunto. Le doy unas vueltas y calculo el peso del refrigerador. Pienso por ejemplo en que se deben transportar verticalmente y que se recomienda no moverlos de su sitio... y sólo pensar entonces en el refrigerador como un ancla, me hace salir huyendo de esa idea.
Además está el asunto de las listas pegadas. Y las fotos, y el teléfono del gas. Y están también las verduras en el compartimento de abajo y los espacios para los huevos y lo peor: tienen una cuestión con un nombre horrible que se llama termostato.
¿Y saben? Yo no quiero vivir cerca de un termostato. El nombre me suena a gato que no te pesca o a perro fofo.
Incluso creo que si trabajase en una oficina y hubiese un hombre que pasase cada diez minutos echando aerosol y preocupándose que todos trabajásemos a un mismo ritmo... ese hombre se llamaría termostato. Y vestiría de gris y hasta tendría mal aliento.
-¿Hizo ya lo que le pedí? -me diría Termostato.
-No, señor Termostato -le contestaría yo-. Pero lo haré pronto.
Y es que no quiero que me regulen la temperatura. Ni quiero saber qué tengo que hacer mañana o en un rato más... Es más, no quiero que me lo recuerden... Quiero vivir mi fiebre... improvisar mis clases mientras tenga genio y no perjudique a mis alumnos... Quiero pedirle materiales que no sé aún para qué voy a usar y descubrirlo más tarde...
-Profesor, -me dicen mis alumnos-, trajimos los recortes, las cartulinas, las piedras medias redondas que pidió y hasta me conseguí la pipa...
-¿La pipa?
-S po´ profe, la pipa que pidió, yo me la conseguí con mi abuelo...
Entonces viene el desafío y pienso en la costumbre japonesa de regalarse piedras que reflejen nuestro ser, en la no-pipa de Magritte y hasta mando a los alumnos a buscar hojas de árboles caídos o algo similar...
-Necesito cosas que estuvieron vivas, pero que ya no lo estén, -les digo.
-¿Qué vamos a hacer profe?
-Vamos a hacer un juego con las formas de representar -descubro-, vamos a trabajar con el uso del lenguaje a través de lo que no es verbal ni tampoco tiene traducción verbal...
Y entonces me lanzo. Intento relacionar con los contenidos y hasta sale una buena clase.
El problema es que luego empieza otra. Y después otra. Y después hay colación y después hay otra. Y después viajo a la escuela nocturna y también hay otra. Y un recreo y otra. Y un último recreo y por fin la última clase.
¿Alguien puede decirme qué lista quieren que haga?
Creo que Bukowski tenía un poema donde hablaba de las numerosas notas de rechazo que recibía al mandar sus cuentos o poemas a las revistas y que decía en una parte algo así:
"...había leído que Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras.
Pero yo no tenía cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón..."
Supongo que es algo así lo que me pasa con mis listas de deberes y con el refrigerador... sólo que yo no tengo ni siquiera mis listas de deberes, ni tampoco un cajón.
Tengo libros por todos lados y deberes sin listas... dando vueltas entre los libros y entre las ropas... y bueno: por suerte soy un genio.
De hecho, acabo de resolver el problema de las cervezas tibias. Y de la forma más sencilla: debo tomarlas antes de que se entibien... así de sencillo.
A propósito, ¿les conté la historia del pirata que se rascó el ojo con el garfio?
¿Sí?
Puta. Ya se las conté...
Yo estoy empecinada en eliminar todo lo que parece "Termostato" en mi vida. Y te entiendo, aunque a ratos me pregunto si será posible, ¡a veces todo te lleva a él!
ResponderEliminarSaludos, me hiciste reir con tu post.