miércoles, 11 de agosto de 2010

Leyendas del Cristo Negro, de Mahfud Massis.

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"Y aquel que dijere: Soy puro, será impuro
por su misma pureza,
porque humilla a la especie."
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Cada cierto tiempo vuelvo a Mahfud Massis. Con respeto. Buscando no agotar sus textos ni leerlos apresuradamente. Algo similar a lo que me ocurre con Rosamel del Valle o con Díaz-Casanueva, con quienes comparte espacio en la biblioteca y a quienes suelo tratar con igual cuidado.
Hoy me acerco nuevamente las Leyendas del Cristo negro, libro esencial de Massis -aunque en verdad todos sus libros son, de cierta forma, esenciales-, una obra de un lenguaje directo y terrible; el evangelio de un Cristo al que nadie se atreve a seguir, una obra cargada de violencia y de una tremenda poesía... esa que ya no se encuentra por ninguna parte, esa que dejó de tener cabida porque los poetas de hoy temen quemarse las manos al tocarla... porque hoy los poetas tienen manos suaves, que espolvorean con tierra para simular el contacto... O peor aún: porque hoy no hay poetas. O porque el Cristo negro sacó su martillo y nadie lo siguió.
Y sí, es un martillo el que lleva en la mano el Cristo negro de Massus. Y es un Cristo-Hombre, uno que escupe a la cruz que lo hace débil, un Cristo que exige por los hambrientos y que se acuesta con prostitutas sin cuestionamiento alguno. Un Cristo que se reconoce hombre y como tal impuro, pero que sabe encontrar, -con aquella rabia lúcida que parece golpear el texto- la verdadera pureza. Como si sólo al hervir la sangre pudiesen acabarse con todas aquellas infecciones burguesas que han desgastado el espíritu del hombre.
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"Mi sangre no te limpiará (...)
Sólo aquel que reconoce su estigma puede ser limpio,
porque él buscará el lavadero"
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Sin embargo, la rabia de este Cristo, la cólera que lo moviliza, no lo lleva a atacar a un grupo previamente determinado, sino que durante el camino que recorre a lo largo del texto, comienza a reconocer en los hombres las absurdas intenciones de ser justos, de administrar leyes, y hasta de producir arte: signos totalmente alejados de los hombres, del entendimiento del ser común y de la multitud que sigue gritando en el desierto, como hace dos mil años.
Así se lo dirá el propio Cristo de Massus al Esteta, con quien se encuentra en sus andanzas y contra quien arroja una serie de sentencias:
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"La escritura que no llevare la huella de la multitud,
no prevalecerá,
más será como ala de mariposa.
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Mas la escritura de la multitud no habrá de ser como badajo de mujer pública,
sino como viento fuerte del desierto.
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Y aquel que buscare la verdad,
vagará desesperado sobre la tierra,
porque la verdad es difícil,
como el amor y la muerte.
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Y aquel que no fuere capaz de extraer la poesía
que duerme en el cuerpo muerto de un asno,
cosechador de apariencias es,
y su mano se secará antes que sus ojos..."
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Y es que Massus no cree en un hombre que se coloque por encima del Hombre, e incluso repudia al Cristo clásico que hizo aquello... Condena incluso, a todos quienes se atreven a juzgar a los otros y a determinar qué es correcto y qué no, o qué es puro y qué es impuro.
Desde esta idea, el Cristo negro de Massus si bien mantiene su naturaleza de "puente", -como se señala en un momento del texto-, ya no es un puente que establezca un lazo entre Dios y los hombres... Este Cristo es más como un puente de un solo lado: por un lado está el mundo, y por el otro se encuentra este Cristo, que es, además de ser el puente mismo, un profundo barranco.
Y es que Massus quiere que muera el hombre para que nazca el Hombre, ese que sólo a partir de descubrir quien es puede llegar a entender qué es realmente el pecado.
De esta forma, esta tremenda obra de Massus, no sólo viene a ser un escupitajo al rostro impávido del hombre ante el dolor ajeno, sino que lo es también hacia la aparente pureza del hombre, hacia el falso orgullo que los lleva a erigirse sobre los demás, hacia la propiedad privada, hacia el orden y jerarquización social... un escupitajo, en definitiva, hacia la vida tal como la conocemos hoy; tal como nos acostumbramos a vivirla.
Por último, y sobre todo aquello, Massus, -por boca de aquel Cristo-, intenta exaltar al Hombre que duerme dentro del hombre; lo invita a la rebelión, a la destrucción, a ser martillo... Es un Cristo que se arranca su divinidad a dentelladas y la arroja como ofrenda ante nosotros: un Cristo que se niega a sí mismo para vivir como un hombre, que nos entrega su sangre para incendiar el mundo... que se hizo impuro para combatir con nosotros.
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"Cuando vuelva no me reconoceréis, porque
¿quién vuelve y es él mismo?
Seré el que vendieron y el que no puede ya ser vendido.
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Porque de verdad,
nadie caminó de nuevo por la misma senda,
ni besó a la misma mujer dos veces
¿Cómo podrá el hijo del hombre ser reconocido?
Ayer fue cordero, hoy será león en la espesura.
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Porque la mano que se extendió para bendecir,
reaparecerá armada;
y no dejará hueso sobre hueso,
ni tendón sobre tendón sin ser desgarrado,
porque se acerca el día de la justicia".
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