domingo, 8 de agosto de 2010

El fuego fatuo, de Louis Malle (1963)

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“Me suicido porque no me quisisteis, y porque no os quise.
Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes,
para poder estrecharlas…”

Es difícil ser un hombre, -dice el protagonista de este film-, es difícil porque hay que tener ganas. Quizá por eso, -porque ya no sabe de dónde sacar dichas ganas-, es que el protagonista de este tremendo film de Malle decide suicidarse.
Lo vemos andar por un París en blanco y negro, recién desintoxicado y tanteando una última posibilidad para poder tocar verdaderamente lo que lo rodea. Y es que tal como él mismo lo confiesa, cuando toca lo que lo rodea, no llega a sentir nada, ni siquiera el deseo mismo que lo impulse hacia el otro o lo otro que existe en su entorno.
No se trata, sin embargo, de razones simples, de una carencia de energía vital o de un desgano. El protagonista de esta película aborda su decisión a partir de una profunda incomprensión, de un vacío que ante él ya no ejerce atracción alguna.
Su decisión nace de una ausencia de lazos, pues el significado que busca, la vida que anhela, no está dada en sí mismo, sino que es el resultado de su relación con los otros, de su necesidad de sentirse amado.
De esta forma es que aquel hombre decide irse. Irse sin haber tocado nada. Ni belleza, ni bondad ni todas aquellas cosas que terminaron por parecerle mentiras en este mundo. Se va porque intentó sentarse a la belleza en las rodillas y ésta huyó como si él fuese un leproso. Quizá por eso la muerte se le presenta como el intento final por llegar realmente a tocar algo: “sí, quizá ella se dejará” le dice en un momento a otro personaje de la historia.
Luis Malle realiza así en su película, el retrato acabado de un hombre que ve el mundo como si fuese un espejismo, donde la verdadera desintoxicación es imposible pues de cierta forma la droga sigue siendo la vida, y sigue siendo además, -para aquel hombre-, tan molesta como ella.
La obra es el retrato de un hombre torpe, uno que tenía delicadeza en el corazón, pero no en las manos. Un hombre que no cree en sus actos ni en los de los otros. Un hombre que se siente continuamente humillado por la vida… por la incapacidad que tiene de relacionarse esencialmente con los demás.
Es así como cuando un personaje le pregunta, ¿qué es lo que le hubiese gustado hacer?, el protagonista responde:
“Me hubiese gustado cautivar a la gente, retenerlas, ligarme a ellas. Que nada se moviese a mi alrededor”.
Un film hermoso y bien realizado y que enfoca de manera directa la falta de afecto… la crítica concreta a las formas vacías, a la ignominia que es todo… La historia de un hombre que niega las certezas que le ofrecen pues las considera mediocres, que prefiere el derrumbe a la falsa edificación, un hombre que hace apología de las sombras pues el sol de los otros le hace daño.
Una película magnífica y profunda. Y triste. Pero verdadera de principio a fin.
La historia de un hombre que supo hacer de su muerte un acto de amor. Un hombre que quiso tanto ser amado, que transformó ese querer en el amor que creyó no saber dar a los otros.
Una película que desde el fondo de la incerteza apela al milagro, y que, de cierta forma, lo consigue.
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