.
"Quizá yo no sea muy humano.
Mi deseo era pintar la luz del sol en una pared"
Edward Hopper.
.
Tanto lo oculto, como lo manifiesto, según Freud, tienen el mismo origen. Es más, podríamos decir incluso que entre ambos existe una especie de pacto, de acuerdo... una relación donde ambos se hacen cómplices y que subsiste en diversos fenómenos y situaciones que podríamos percibir de vez en cuando. Esto, más allá de que las sensaciones asociadas a dicha percepción suelan sernos, paradojalmente, imperceptibles.
Bajo esta observación, y como un intento para graficarla, podríamos tomar, por ejemplo, algunos cuadros de Edward Hopper.
Y es que más allá de la constante presencia de opuestos en su pintura -luz/sombra o civilización/naturaleza, por ejemplo-, me llaman la atención ciertos cuadros de este artista, donde la presencia de algunos elementos parece funcionar como una serie autónoma de signos, dentro de los cuales, destaca la presencia de la casa, como un signo en constante tensión, casi como una síntesis, -podríamos decir-, de una experiencia interna, humana... que ayuda a comprender, de cierta forma, las temáticas recurrentes de este pintor.
.
I. Habitaciones para turistas (1945)
Según palabras del mismo Hopper, tanto, la forma, como el color, y la figura, son herramientas con las que trabaja, pero que no le interesean en sí mismas.
Pues bien, mientras miro este cuadro de Hopper, intento pensar en qué habrá sido entonces eso que le interesa y que no termina de decirnos en sus palabras.
El cuadro en sí, presenta una casa que, en oposición a las otras que pueden verse tras de ella, se encuentra iluminada. Dicha iluminación, sin embargo, ofrece varias características extrañas.
En primer lugar, debemos diferenciar la luz externa de esta casa, con la luz interna, y determinar cuáles son esas características que, en ambas, otorgan la singularidad y extrañeza a este cuedro.
Respecto a la luz externa, podemos señalar que, a pesar la fuerza con la que parece iluminar la casa, no podemos ver realmente desde donde es iluminada. Esto, sumado a que las otras casas no reciben la misma luz, y que incluso la luz parece venir no desde un mismo foco, o dirección -fíjense por ejemplo en que algunas partes reciben la luz inclinada desde arriba y otras que parecen iluminadas desde otro foco-, parecen conferir, si bien cierta seguridad, también un grado de tensión en esta casa. Pues justamente lo evidente, lo manifiesto de ella, parece hacer referencia, -y aquí de nuevo recordemos las palabras de Freud- a lo oculto, al secreto... revelado en esa misma condición, pero sin delatar truco alguno.
Por otra parte si nos fijamos en la luz interna, podemos apreciar que, al menos en la planta baja, esta parece provenir de un foco único, como si la casa tuviese una fuente propia de luz, como si la casa fuese un ser, casi, y no existiese en su interior, más allá de los muebles y cortinas que pueden observarse, división alguna.
Por último, al observar este cuadro, notamos la ausencia de figuras humanas, -aunque no necesariamente la ausencia de un elemento humano, evocado justamente por este juego de luces- y debemos concluir que, de existir, los humanos presentes en la ralidad del cuadro, se encontrarían confinados a las zonas de oscuridad. A las piezas en las cuáles las luces se encuentran apagadas o en las casas que se encuentran entre las sombras, como si la luz fuese, en esta obra, un agente opuesto a lo humano: algo que revela la ausencia de humanidad y la relega a las sombras, donde su naturaleza, quizá, permanece más a gusto, aunque no, necesariamente, oculta.
II. Colina del faro, 1927.
Casi 20 años antes del cuadro anterior, Hopper pintó esta segunda imagen. En ella, además de la casa, existe otra figura cuyo significado parece atravesar la obra de este pintor: el faro.
Asimismo, ambas figuran confluyen, simbólicamente, en la figura del templo. Y es que más allá del símbolo de la casa trabajado en el psicoanálisis y expuesto por Bachelard en algunos de sus trabajos -casa como ser interior... pisos bajos o sótano como inconsciente, etc.-, la casa comparte junto a la ciudad y al templo, la particularidad de constituir el centro de un mundo, desde el cual se desarrollan las relaciones con aquello que lo rodea.
Ahora bien, en esta imagen en particular, -así como en muchas otras de Hopper-, la casa se instala casi como un símbolo de colonización en medio de la naturaleza. Una oposición, entonces, que parece estar dada por la civilización que se yergue ante el territorio natural, aunque no siempre imponiéndose.
Así, ante la luz natural que puede apreciarse en el cuadro, tenemos la luz del faro, ausente, -es cierto- en la imagen, pero potencialmente presente e imponiéndose ante el resto tanto por su altura -que le permite dominar todo el mundoa su alrededor- como su capacidad para ser independiente de la naturaleza, a la cuál no parece necesitar, para su existencia.
Este faro, además, si nos fijamos bien en el dibujo, está unido a la casa. No es, como podría pensarse, algo ajeno o separado de ella, por lo que su significado debiese también ligarse, de cierta forma, al de ella.
Nos encontramos por tanto ante una casa/faro. Un lugar nuevamente ligado por la luz y, paradojalmente, desligado de cualquier tipo de tendido eléctrico u otra cosa externa a ella que muetsre rasgos de civilización-, convirtiéndose casi en una frontera, en un borde que delimita dos regiones distintas a la vez que oculta una -el mar, suponemos- que ha de estar más allá de ella.
Un templo, entonces, que no está llamado a iluminar nada más que a sí mismo. Un templo que porta su propia luz, pero que es a la vez significado expuesto y enigma. Y que parece ser, además, receptor de una luz mayor, secreta y visible, que domina todo el espacio expuesto, y ante el cual, la casa, parece proteger a quien la habita, resguardándolo en la sombra.
III. Mañana en Cape Cod, 1950.
Conteniendo la figura humana, y ligada a una sensación bastante menos conflictiva que en las imágenes anteriores, nos encontramos ahora con este nuevo cuadro de Hopper.
En él, como en la mayoría de sus cuadros en que aparece una figura femenina, el artista ha pintado a su esposa, -tanto así que varios de los críticos de Hopper hablan de una obsesión que éste habría tenido por su mujer-, esta vez al interior de la casa.
Resguardada tras la ventana y obsevando el exterior, que a primera vista no parece constituir amenaza alguna, la mujer parece acercarse para captar esa luz externa, mientras la casa permanece en penumbra -como pude verse en el fragmento de la ventana que se aprecia hacia la izquierda-, y donde podemos apreciar, como ya es constante en la oposición comentada, la presencia de una lámpara, que en este momento se encuentra apagada.
Es como si desde el límite de la casa, de la frontera que marcan sus sombras, este espacio pareciese abrirse e invitara a los seres que la habitan a salir al exterior, situación que, por cierto, son incapaces de realizar (obsérvese por ejemplo este otro cuadro pintado (Mediodía, 1949) donde parecemos encontrarnos con esta misma situación.
En mañana en Cape Cod, sin embargo, el exterior aún tiene rasgos que pueden constituir una amenaza: fijémonos por ejemplo en la oscuridad y la densidad del espacio natural que está a un costado y la ausencia de caminos que permitan ligar la casa con su espacio natural externo.
Esta situación, que es común en los cuadros de Hopper, si bien no parece observarse en el último cuadro reproducido, -en el sentido que no aparece un espacio amplio externo a la casa- permanece latente, sin embargo, pues la casa parece flotar en un espacio que le es ajeno y donde nuevamente notamos la ausencia de senderos o de cualquier indicador/vínculo que permita la salida hacia el exterior.
Cabe entonces preguntarse el porqué de esta ruptura del espacio. Indagar sobre la significación que pudo tener para Hopper esta "protección" que otorgaba la casa. Como si de pronto la necesidad de luz externa se hiciese patente en sus personajes quienes salen a buscarla hasta sus nuevas fronteras: la terraza, la puerta, o el límite quye marca un camino que los separa de un espacio natural donde casi siempre aparece un bosque infranqueable bloqueando el acceso.
Como si de un momento para otro la luz que entregaba la casa, -y ante la que todavía no se produce una verdadera independencia-, se hiciese innecesaria, y ante las sombras que ocultaban/manifestaban una naturaleza distinta a la humana en cada una de esas construcciones, los seres que habitan en ella buscasen ahora una luz natural, una vez que parece claramente más humana, más cercana a sí mismos, como si de un reencuentro se tratase: un abrazo entre seres lejanos y perdidos como los que se reunían en los programas de Don Francisco aunque sin toda esa parafernalia.
Fijémonos así en los siguientes cuadros, que reúno como un todo y ante los que no agregaré palabra alguna, pues bastan por sí mismos para clarificar esta última situación.
Autovía de cuatro carriles (1956)
Atardecer en Cape Cod (1939)
.
Sol matutino (1952)
Una mujer al sol (1961)
.
Grupo de gente al sol (1960)
IV. Habitaciones junto al mar (1951)
Por último, me gustaría cerrar esta entrada con uno de los cuadros que más me agradan de Hopper. Uno en el que la oposición casa/exterior, luz externa/luz interna o naturaleza/civilización, parece darse por superada a partir de uan imagen sutil y que parece extender el horizonte de sus significaciones.
Y es que en ella, a pesar de que el mar pueda parecer un impedimento para salir de la casa, me parece percibir un aire de libertad, casi de abandono, como si los seres que habitaban ese lugar hubiesen por fin salido de ella.
Con esto, además, la casa parece haber quedado libre... parece haber abierto sus puertas a la luz externa y apagado su propio ser... aceptando así, que el verdadero templo, que aquello lo suficientemente puro para estar dedicado verdaderamente a un dios, no puede contener muralla alguna. Porque la casa en este último cuadro, parece haberse incorporado a la naturaleza, parece haberla aceptado... parece haber renunciado a ser sí misma y comienza poco a poco ser también un espacio natural. Humano.
Aunque Hopper haya seguido pensando que no encontró aquella humanidad que siempre poseyó. Porque aprendió a ver en la luz un llamado hacia el Hombre, y entendió que era hacia allá, hacia donde éste debía dirigirse, para encontrarse a sí mismo, y a los otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario