domingo, 8 de agosto de 2010

La Mimí se lanzó por la ventana.

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Estoy en mi esporádico y gratificante puesto de conserje –prefiero decir conserje que portero de la misma forma en que prefiero identificarme con Cantinflas que con Arjona-, avanzando en El periodista deportivo de Richard Ford, cuando me fijo que tras el mueble de la recepción hay una niña pequeña que me habla de una forma que no entiendo:
“Mi mi mi ca allá zo mi mi…” es lo que alcanzo a entender, o algo por el estilo.
La niña debe tener poco menos de tres años y hace gestos al hablar y hasta pausas y luego espera una respuesta.
-¿Mi mi? –le pregunto.
-Sí. Mi mi ca anzó ta sa mi mi allá –y apunta algo con su mano hacia el sector donde está la salida de los autos.
-Ah, -le digo yo-, y hago como que la entiendo, y hasta me muestro interesado.
En eso baja la mamá con otro niño y veo que salen todos juntos hacia el sector que apuntaba la niña y están allá un rato. Luego regresan.
-Mi mi no mi mi allá da… -sigue la niña como dándome explicaciones.
Yo asiento.
Al final, luego de un par de visitas más y de que su madre bajara un par de veces creo entender la situación:
La mamá cuenta que la niña ha tirado su muñeca desde el quinto piso y que ha caído sobre el techo de una construcción contigua, a la cual es muy difícil tener acceso.
Mimí es el nombre de la muñeca, por supuesto.
Tras obtener los datos la mujer me encarga a la niña pues irá al edificio vecino –creo que la muñeca cayó sobre un bar que no abre los domingos-, a ver si es posible recuperarla.
La niña y yo quedamos ahí un rato. Ella camina como debe haber visto en algún programa hacer a las personas preocupadas. Y hasta juega un poco con los dedos sobre su pierna.
-¿Así que se cayó la Mimí? –le pregunto, por decir algo.
-No. La Mimí se lanzó sola. –Me dice de corrido, o al menos así la entendí. Luego sigue caminando por el pasillo.
Como la mamá se demora y pienso que quizá escuché mal, decido insistir en el asunto.
-¿Se lanzó sola tu muñeca?
La niña sigue caminando como si no escuchara y luego se acerca:
-Mi-mí lanzó de la ventana… -esta vez vuelve a su tono habitual y yo traduzco.
-¿Pero se te cayó, la tiraste…?
-No, Mi-mí lanzó sola –insiste, con la voz cortada, como siempre.
Luego se lanza a hablar a una velocidad increíble con palabras cortadas como si me explicara una larga situación que no alcanzo a comprender.
Mientras la escucho imagino historias. Que Mimí estaba encerrada en casa y quiso escapar, que intentó saltar arriba de un pájaro y se cayó a ese techo, o que simplemente se aburrió de todo y se lanzó sin justificación alguna.
Entonces llega la madre y cuenta que no iba a ser posible rescatarla hoy. Que el bar estaba cerrado y habrá que esperar hasta mañana. La niña parece conforme y se despide, algo más dice de Mimí y ambas desaparecen tras el ascensor.
No había pasado una hora cuando la chica regresa.
-Mi-mí no está –me parece que dijo.
Entonces baja la mamá y me pregunta si fui yo quien sacó a la muñeca.
-No –le digo- No hay escalera además como para sacarla –me excuso.
La madre me mira como si yo hubiese hecho algo.
-Es que bajamos, fui a llamar al lado y ahora miro y la muñeca no está…
-Mi-Mí no está –la corrige la niña, como si no se tratase de una muñeca.
-Bueno, Mimí no está. Y la vimos antes de bajar. Estaba sobre el techo. –Y mira nuevamente como acusándome de algo.
-¿Entonces no sabe nada?
-No. –Le contesto-. No vi nada y no creo que la hayan sacado, se habría escuchado ruido, o algo…
Entonces la mujer se da media vuelta y llama a su hija. Luego aprieta el botón del ascensor mientras saca el celular y marca un número. La niña me mira por última vez y me dice:
-Mi-mí se fue. –Y me sonríe.
Entonces el ascensor se cierra y ellas suben hacia algo que bien puede ser un mundo, mientras yo me quedo en otro aquí abajo.
Supongo que hay algo que no comprendo, pero me resigno, y vuelvo al libro de Ford. Mientras, espero que Mimí haya encontrado un mundo mejor, y no tenga que seguir lanzándose desde un mundo a otro. Y luego a otro…

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