domingo, 22 de agosto de 2010

La bella durmiente (II)

.

Quizá el recuerdo más persistente que tengo de La bella durmiente, sea el de una representación del ballet de Tchaikovski al que asistí algunos años atrás. Creo además que era esa la primera vez que asistía al Teatro Municipal -más allá de haber ido a unos ensayos gratuitos que se realizaban antiguamente-, aunque esa no sea la razón principal por la que recuerdo aquella ocasión.

Más allá de eso, debo reconocer que la figura de la Bella Durmiente, nunca me atrajo mayormente. Y es que tanto la versión de los hermanos Grimm, como la Perrault, no terminan aún de convencerme, -aunque presenten, sin duda, algunos elementos interesantes-. Asimismo, el personaje de la princesa -¡y como no!- me parece demasiado vacío y falto de sustancia.

De esta forma, la atracción que aquella princesa pueda tener en mí radica únicamente en que siga dormida, muerta casi en medio de ese reino fuera del tiempo donde todos han decidido dormir, para esperarla.

Me gustan por tanto todas aquellas imágenes que ilustran esos momentos del relato. La típica imagen de la mujer dormida o aquellas del reino en medio de esa vegetación crecida que lo esconden y alejan del resto del mundo. Es decir, mi atracción se origina en la ambigüedad que existe en ese dormir sin sueño, -casi como una muerte sin Dios-, y en la carencia de un reino distinto distinto en el cual despertar.

Y es que debo admitir que me gusta ese estado de pausa... el poder contemplar a escondidas un mundo que sigue existiendo sin nadie que lo vea, o que lo sueñe. Un espacio donde lo humano está ausente, pero que sigue existiendo gracias a aquellas ilustraciones que irrumpen en ese mundo que no puede ser visto ni nombrado por nadie.

Dibujos y pinturas que son por tanto el soporte de todo aquello. Necesarios así para atestiguar sobre esa muerte no vista. Ese espacio de tiempo que ni siquiera existe para los personajes de esa historia... Como si alguien viniese de pronto con fotos o dibujos que me muestran mientras dormía, revelándome con ello que el mundo "mío" es posible sin mí, después de todo.

Esa debe ser la razón, pienso entonces, que me lleva a admirar los dibujos de una versión de este cuento que acabo de comprar por tercera vez -regalé la primera que tuve y una segunda me fijé tardíamente que venía con unas fallas-, y que fotografío ahora ya que no encuentro las imágenes en internet como para poder aduntarlas.

Buscándolas, sin embargo, me encuentro con otros grupos de imágenes, incluida una serie de acuarelas de France MacDonald de las que me había hablado una amiga -la imagen que abre esta entrada corresponde a una de ellas- y un par de pinturas de Víktor Vasnetsov - un ruso del siglo XIX quien tiene además una hermosa obra sobre Blancanieves-, que sobresalen, notoriamente, de las muchas que ocupan este tema.


Víktor Vasnetsov (1848-1926)
.

Ahora bien, respecto a la versión que tengo, señalar que las ilustraciones son de Gustavo Rosemffet, un argentino que vive en Barcelona y que, según averiguo, prepara hace años un libro sobre las culturas indígenas del amazonas, además de desarrollar un programa de dibujos para niños, aunque con un estilo bastante distinto al que aquí podemos apreciar.

De sus imágenes, me atraen principalmente aquellas que muestran espinas impidiendo el acceso al castillo, relacionándose, quizá, con la aguja que produjo el sueño a nuestra Bella Durmiente. Y que son las que aquí reproduzco.

Por último, -mientras agrego hacia el final una última imagen de Edward Burne-Jones, (inglés del siglo XIX)-, confesar que nuevamente mi intención en esta entrada era llegar a comentar algo sobre La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, y sobre Sueño profundo, de Banana Yoshimoto... Pero la verdad es que se me han pasado horas viendo algunas de estas imágenes -una segunda confesión me acusa de no haber hecho una prueba que debía presentar mañana-, y ya no es hora ni lugar de realizarlas.

Y es que cuando eres testigo de imágenes que sólo se sostienen gracias a tu propia mirada -que se mantienen a flote digamos, gracias a ella, como la Ofelia de Rossetti-, supongo que uno tiene la obligación de contemplarlas un momento... Mirar entonces esas vidas suspendidas y pensar que aquello que nos espera a nosotros, querámoslo o no, es algo más y algo menos que lo contenido en esas imágenes.

Más porque tenemos el sueño para iluminar nuestras pausas... y menos porque nuestras agujas son leves e imperceptibles, mientras nos van pinchando un poco más a fondo, cada día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales