Por estos días concluye un ciclo de cine clásico en el Centro de Extensión UC. Con anterioridad había ido a ver El demonio de las armas, de Joseph H. Lewis y L´atalante, de Jean Vigo -esta última por el puro gusto de verla en pantalla grande-, a la vez que no pude llegar a la que más me interesaba que era la versión alemana de Münchaussen, rodada en 1943.
Hoy fue el turno de Las zapatillas rojas, un film que no había visto anteriormente y que al parecer gustó a todos los que asistimos a la sala, entre los que se produjo un silencio absoluto al terminar el film, bastante extraño, pero cómodo, que nos acompañó hasta que salimos del lugar.
Y es que más allá de las exageraciones propias de la época y el tipo de cine que por ese entonces se rodaba, la película se despliega de tal forma que parece entregarse al espectador de forma absoluta, sin dar pie a que podamos formular luego complemento alguno.
La historia, desarrollada en torno al mundo del ballet, hace incapié en la entrega absoluta que debe hacerse hacia este arte, sin dejar espacio ni para la propia vida, que parece oponerse siempre al mundo del espectáculo, del artificio... de la belleza sublime de la representación.
Se muestra de esta forma la inserción de un joven compositor y una bailarina en una de las compañías más prestigiosas de ballet, dirigida por un extraño personaje que parece amar tanto el espectáculo como despreciar los sentimientos humanos, situación que llega al límite cuando se entera que entre los dos ingresados a su compañía -y que por supuesto ya tienen roles estelares- ha comenzado un romance que, según él, atenta contra la perfección que dicho arte requiere.
Es aquí donde el cuento de Andersen "Las zapatillas rojas", desarrollado como ópera al interior de la película, adquiere una mayor significación y parece contener en sí, el destino y la condena a la que deben someterse sus personajes.
El cuento, -sin duda el que más miedo me daba cuando pequeño-, trata la historia de una muchacha que tras adquirir unos zapatos rojos, comienza a bailar sin poder detenerse, transformando su dicha y la alegría que le producía la danza, en aquello que termina por consumirla totalmente hasta llevarla a un destino trágico y terrible, del que les hablaré después.
Ahora bien, al interior de la película, la representación de la ópera constituye sin duda el momento más alto que ésta alcanza. Llena de colores, con una serie de coreografías y una magnífica escenografía, la representación filmada por estos directores mantiene cautivo y maravillado en los largos minutos en que se desarrolla. Asimismo, los efectos empleados y los pequeños elementos surreales que incorpora, parecen darle un toque de ensueño, mostrándola no sólo como un espectáculo, sino como el sueño realizado de quienes participaron en ella.
Es entonces cuando la historia, -que incorpora el romance como un elemento más hacia la segunda mitad-, pone en una encrucijada a su protagonista, quien debe elegir entre vivir la vida de una enamorada, o dejar su vida de lado para entregarse totalmente al ballet, cumpliendo así el destino de la bailarina de las zapatillas rojas.
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Recuerdo entonces que de pequeño, tuve varias veces la pesadilla de ver a la chica de las zapatillas rojas: verla pasar por la ventana danzando sin parar y pidiendo ayuda... tal como lo hace en el cuento de Andersen luego de atravesar el cementerio y llegar a la casa del verdugo, quien le corta los pies con un hacha mientras ambos contemplan como siguen bailando por sí solos al interior de las zapatillas.
Recuerdo también que en el cuento le hacen a la chica unos pies de madera y que desde entonces debe andar con muletas para poder sostenerse, hasta que un nuevo hecho sobrenatural la hace desaparecer desde el interior de una iglesia sin dejar el menor rastro.
Hoy, sin embargo, luego de ver la película de Powell y Pressburger, el miedo que puede originar esta historia apunta en otras direcciones. Ya no se trata de pies arrancados o de una chica que pide ayuda en medio de la noche a través de la ventana, sino de la forma de dar cuenta de tus propias pasiones, de la decisión de ponernos o no nuestras propias zapatillas rojas aún cuando esto supongo alejarnos y ser injustos con aquellos que amamos.
Como sea, supongo que ya habrá tiempo y más claridad para abordar estos temas y dilucidar algo al respecto. Por el momento, simplemente recomendar esta película. Recalcar su importancia en la historia del cine y su tremenda calidad visual. Y disfrutar, por supuesto, de la entrega que esta película hace, el regalo que es la representación de la ópera al interior de ella y ver a Moira Shearer bailar, presa de sus zapatillas rojas, como si la vida entera se le fuera en ello.
Sí, la vida entera.
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