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No es mucho lo que tengo para ordenar de Auster. Unas cuantas novelas y un par de películas, quizá. Menos aún de la Husvedt, su esposa, de quien sólo tengo una novela antigua publicada por Emecé, de mediana calidad.
Últimamente he estado molesto con Auster. No le he leído nada desde hace un año o poco menos, salvo una revisión de poemas que encontré en internet. Y es que la mayoría de sus últimas publicaciones me han parecido pésimas, aunque dicha impresión esté originada en las altas expectativas que su escritura me genera desde que leí algunas de sus primeras obras.
Por lo demás, no suelo estar de acuerdo con nadie respecto a las impresiones que los libros me causaron, es decir, suelo valorar de forma totalmente opuesta la mayoría de las publicaciones.
Así, por ejemplo, considero apenas de mediana calidad Mr. Vértigo, La noche del oráculo, Leviatán o El Palacio de la luna, mientras que La invención de la soledad, Fantasmas y La habitación cerrada (de la Trilogía de Nueva York), El cuaderno rojo y sobre todo La música del azar, me parecen obras superiores por varias razones.
Estas razones, sin embargo, no dicen relación con el estilo narrativo, ni la “técnica” utilizada por este autor –digamos que Auster es relativamente “parejo” en este ítem-, sino que se originan, creo, en la propuesta, en el trasfondo, en la profundidad sobre la cual se edifican estos textos y en la cual, no necesariamente, se sumergen.
No hablo en todo caso en una profundidad originada en la casualidad u otros elementos que, sobre todo en El cuaderno rojo, pueden dar origen a lo narrado; me refiero, en cambio, a una especie de “sistema de creencias” que sustentan la visión de mundo que tienen los personajes de estos textos y que, siento, le otorgan cierta trascendencia que no llegan a alcanzar sus otras obras.
Y es que de las últimas publicaciones, salvo Brooklyn Follies, que a ratos se acerca a lo mejor de sus otras novelas, no veo que nada pueda rescatarse. No siento que nada sea un aporte real a ese mundo que había “construido” o “revelado” en escritos anteriores, en especial en La música del azar.
Y sí, insisto sobre esta novela porque la considero excelente. La manera en que se inicia, la forma en que sus personajes se van enfrentando al mundo como si recién estuviesen indagando en su significado, la figura de los millonarios, la construcción del muro… Existen tal cantidad de elementos significativos en esta novela, tal enfoque de lo que significan o pueden llegar a significar las acciones humanas, existen tantas interrogaciones que se abren en la narración y que apuntan a cosas trascendentes –el sentido de nuestras acciones, la revelación del mundo y sus significados, o los distintos diseños que pueden existir en las aparentes desarmonías del azar- que permiten entender esta obra como la mejor de este autor; la única en que se da verdaderamente cuenta del universo que propone y que sustenta sus significados. La única que además de entregar una serie de preguntas intenta, sutilmente, responderlas.
Creo que también existe una película en base a esta novela con guión del propio Auster, pero no he podido pillarla completa –sólo vi el final antes incluso de leer y libro después de la medianoche en un canal nacional-, por lo que aprovecho de lanzar la pregunta o pedir el dato por si algún lector –de haberlo-, puede completar aquel dato.
Como sea, el caso es que estoy molesto con Auster. Así que guardo a la rápida sus películas en el orden correspondiente –vale decir, Smoke primero y Lulú on the Bridge después-, y pongo los pocos libros en distintos lados. Dejo cerca de mí La invención de la soledad y La música del azar –que además la doy a leer por estos días como opción en un curso-, y pongo un tanto más alejadas –digamos junto a Leavitt, Wodehouse, y otros de Anagrama que no creo vaya a releer por estos días-, El palacio de la luna y La noche del oráculo. Por último –porque no encuentro la trilogía de Nueva York y El cuaderno rojo lo presté hace unos días-, dejo lo más alejado posible, e incluso vuelto hacia abajo, el libro Tombuctú, que encabeza la lista de los libros pésimos de este autor –nuevamente es mi opinión, pero lo siento: es también mi biblioteca-, y que sólo tiene parangón con Flush de Virginia Woolf, que me decepcionó casi de la misma forma.
Como sea, aún me queda un poco de fe para seguir leyendo lo que este autor quiera entregar, y, si aquello no da buenos frutos, ahí está de nuevo La música del azar, para hablar de la forma en que un hombre adquiere un significado, y decirnos que sí, que vale la pena apostar todo a nuestras cartas, y que hasta en el perder puede estar escondido el verdadero triunfo: darle sentido a tu propia vida. Por más cursi o reiterada que pueda parecer, esta última frase.
Últimamente he estado molesto con Auster. No le he leído nada desde hace un año o poco menos, salvo una revisión de poemas que encontré en internet. Y es que la mayoría de sus últimas publicaciones me han parecido pésimas, aunque dicha impresión esté originada en las altas expectativas que su escritura me genera desde que leí algunas de sus primeras obras.
Por lo demás, no suelo estar de acuerdo con nadie respecto a las impresiones que los libros me causaron, es decir, suelo valorar de forma totalmente opuesta la mayoría de las publicaciones.
Así, por ejemplo, considero apenas de mediana calidad Mr. Vértigo, La noche del oráculo, Leviatán o El Palacio de la luna, mientras que La invención de la soledad, Fantasmas y La habitación cerrada (de la Trilogía de Nueva York), El cuaderno rojo y sobre todo La música del azar, me parecen obras superiores por varias razones.
Estas razones, sin embargo, no dicen relación con el estilo narrativo, ni la “técnica” utilizada por este autor –digamos que Auster es relativamente “parejo” en este ítem-, sino que se originan, creo, en la propuesta, en el trasfondo, en la profundidad sobre la cual se edifican estos textos y en la cual, no necesariamente, se sumergen.
No hablo en todo caso en una profundidad originada en la casualidad u otros elementos que, sobre todo en El cuaderno rojo, pueden dar origen a lo narrado; me refiero, en cambio, a una especie de “sistema de creencias” que sustentan la visión de mundo que tienen los personajes de estos textos y que, siento, le otorgan cierta trascendencia que no llegan a alcanzar sus otras obras.
Y es que de las últimas publicaciones, salvo Brooklyn Follies, que a ratos se acerca a lo mejor de sus otras novelas, no veo que nada pueda rescatarse. No siento que nada sea un aporte real a ese mundo que había “construido” o “revelado” en escritos anteriores, en especial en La música del azar.
Y sí, insisto sobre esta novela porque la considero excelente. La manera en que se inicia, la forma en que sus personajes se van enfrentando al mundo como si recién estuviesen indagando en su significado, la figura de los millonarios, la construcción del muro… Existen tal cantidad de elementos significativos en esta novela, tal enfoque de lo que significan o pueden llegar a significar las acciones humanas, existen tantas interrogaciones que se abren en la narración y que apuntan a cosas trascendentes –el sentido de nuestras acciones, la revelación del mundo y sus significados, o los distintos diseños que pueden existir en las aparentes desarmonías del azar- que permiten entender esta obra como la mejor de este autor; la única en que se da verdaderamente cuenta del universo que propone y que sustenta sus significados. La única que además de entregar una serie de preguntas intenta, sutilmente, responderlas.
Creo que también existe una película en base a esta novela con guión del propio Auster, pero no he podido pillarla completa –sólo vi el final antes incluso de leer y libro después de la medianoche en un canal nacional-, por lo que aprovecho de lanzar la pregunta o pedir el dato por si algún lector –de haberlo-, puede completar aquel dato.
Como sea, el caso es que estoy molesto con Auster. Así que guardo a la rápida sus películas en el orden correspondiente –vale decir, Smoke primero y Lulú on the Bridge después-, y pongo los pocos libros en distintos lados. Dejo cerca de mí La invención de la soledad y La música del azar –que además la doy a leer por estos días como opción en un curso-, y pongo un tanto más alejadas –digamos junto a Leavitt, Wodehouse, y otros de Anagrama que no creo vaya a releer por estos días-, El palacio de la luna y La noche del oráculo. Por último –porque no encuentro la trilogía de Nueva York y El cuaderno rojo lo presté hace unos días-, dejo lo más alejado posible, e incluso vuelto hacia abajo, el libro Tombuctú, que encabeza la lista de los libros pésimos de este autor –nuevamente es mi opinión, pero lo siento: es también mi biblioteca-, y que sólo tiene parangón con Flush de Virginia Woolf, que me decepcionó casi de la misma forma.
Como sea, aún me queda un poco de fe para seguir leyendo lo que este autor quiera entregar, y, si aquello no da buenos frutos, ahí está de nuevo La música del azar, para hablar de la forma en que un hombre adquiere un significado, y decirnos que sí, que vale la pena apostar todo a nuestras cartas, y que hasta en el perder puede estar escondido el verdadero triunfo: darle sentido a tu propia vida. Por más cursi o reiterada que pueda parecer, esta última frase.
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