sábado, 3 de agosto de 2019

Horas seguidas.


Durmió dieciséis horas seguidas.

Acostumbraba a no sobrepasar las seis.

Decidió ir al doctor.

Explicó que todo ocurrió en un contexto habitual.

Nada de cansancio excesivo ni síntomas de agotamiento.

No sonó el despertador, le dijo. Eso fue todo.

El doctor lo revisó y no le dio mucha importancia.

Igualmente, ante la insistencia, ordenó unos exámenes.

Se los hizo, por supuesto.

Todos salieron bien.

Dentro de los rangos normales, le explicó el doctor.

El cuerpo a veces pide cosas que pueden parecernos extrañas, le dijo.

No hay que asustarse.

Volvió entonces a su rutina.

No sobrepasaba las seis horas de sueño, cada noche.

Comenzó a contar como una anécdota lo sucedido.

Se lo explicaba a sus colegas con las mismas palabras que usó el doctor.

El cuerpo a veces pide esas cosas, les dijo.

Sin embargo, la idea de que el cuerpo pidiera cosas por su cuenta le sonaba extraño.

Como si el cuerpo pudiese también un día irse por su cuenta, e independizarse.

Era una idea absurda, por supuesto, pero la pensaba igual.

A veces, durante el día, se miraba funcionar.

Mi cuerpo está trabajando, se decía, como desde otro sitio.

Mi cuerpo está caminando.

Mi cuerpo se ha dejado caer en esta silla y está quieto.

Y hasta hacía experimentos, de vez en cuando.

Voy a ver cuánto rato aguanta quieto, si no le digo nada.

Una vez, en periodo de vacaciones, batió su récord, y aguantó seis días.

Dejó incluso que sonara el teléfono y el cuerpo no hizo nada cuando llamaron a la puerta.

El séptimo día se recogieron las piernas, como en un espasmo.

El cuerpo se puso rígido y cayó a un costado.

No haré nada, voy a ver si se pone en pie por sí solo, pensó.

Quería a toda costa saber qué quería hacer su cuerpo.

Llegó así el octavo día.

Aunque ya no tenía total seguridad de aquello.

Recordó que alguna vez, en su infancia, miró a escondidas a sus juguetes para ver si se movían.

Toda una noche, los miró.

La sensación era similar, después de todo.

Mi cuerpo se está doliendo de algo… se dijo entonces.

Se está abandonando a sí mismo…

Pero, ¿para dónde iba el cuerpo si abandonaba el cuerpo?

¿No era acaso lo perecedero, el cuerpo? ¿No era la cáscara?

Cosas así pensó al noveno día.

Y posiblemente también al décimo.

Tal vez incluso durante un par más.

Luego dejó de pensar.

No regresó al trabajo.

Contactaron a familiares.

Siguió pasando el tiempo.

Forzaron la puerta el día veintidós.

El hedor era insoportable.

Ahí estaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales