viernes, 23 de agosto de 2019

¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío!


I.

Estaba en casa, decidiendo si lavaba o no un plato.

Ya casi resolvía el dilema cuando escuche que golpeaban la puerta.

La entreabrí y miré fuera.

Había un tipo alto, alegre, con apariencia de extranjero.

Nunca antes lo había visto.

No bien vio la puerta entreabierta, el hombre la abrió del todo y dio un par de pasos dentro de la casa.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo.


II.

Como según él era amigo mío lo puse a prueba pidiéndole que lavara el plato.

Y como soy exigente con mis amistades (de lo contrario los considero simples conocidos), le pedí de paso que lavara un par de ollas y trapeara la cocina.

Mientras, yo buscaba en Wikipedia algo sobre Pavlovsk, para poder entablar alguna conversación.

Así, mirando de reojo la información, comencé a preguntarle algunas cosas:

-¿Qué tal el palacio de Pavlovsk, esa importante residencia de la familia imperial rusa?

-¿Simpáticos los 16.058 habitantes del lugar, según el censo del 2010?

-¿Qué me dices de su clima…? ¿Ha estado más oceánico o más continental este último tiempo?

Pero mi amigo se hacía el desentendido y sonreía, simplemente, sin responder.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -volvió a decir entonces, aunque con otro tono.

Supongo que no sabía decir ninguna otra frase en español.


III.

Le hice algunos gestos para indicarle que me mostrara un documento.

Costó un poco, pero finalmente me acercó su billetera, donde había algunas tarjetas y una especie de carnet, aparentemente con letras mal impresas.

También encontré dos o seis billetes muy bonitos, que guardé a modo de recuerdo, para iniciar una colección.

Luego le devolví la billetera.

-Yo soy Vian… -le dije entonces, tocando mi pecho y remarcando cada una de mis palabras-. ¿Cómo te llamas tú?

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -se limitó a responder.

Dos veces, dijo aquella frase, en esa oportunidad.


IV.

Comprendí que algo andaba mal con él.

Me preparé un café, a él le serví un vaso con agua y lo invité a sentarse.

Él parecía esperar que yo dijera algo.

-No sé bien cómo explicarte… -le dije-, el mundo esta lleno de cosas… tristezas, alegrías, ya sabes… no puedes limitarte a llegar de Pávlovsk, simplemente, por muy amigo mío que seas…

-¿Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío? -dijo él. Esta vez con tono de pregunta.

Los ojos le brillaron un poco y parecía estar nervioso.

Me conmovió un tanto su expresión.

-Todos llegamos de Pávolvsk, alguna vez, amigo mío… -le dije, palmeando su hombro-. Pero no basta con llegar, hay que dirigirse a algún sitio…

Él entonces indicó unas galletas que yo estaba comiendo, posiblemente para cambiar el tema.

-No puedo ayudarte más -le señalé entonces, mientras lo acompañaba para que lavase lo que habíamos ensuciado, en su recepción.

Yo sequé mi taza, por cierto, porque no me gusta abusar.

Luego, lo acerqué a la puerta y la volví a abrir, mostrándole el mundo entero que estaba fuera de ella, y que debía recorrer.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo, aferrándose a la puerta, sin querer salir.

-Pues ya sabes como es esto… -le dije, mientras lo empujaba un poco, y hasta le hacía una pequeña zancadilla, para que terminase de salir-. Somos responsables de nuestro lugar en el mundo.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -siguió gritando, incluso luego que cerré la puerta, tras él.

Tras decirlo unas cinco o doce veces más, y hasta lloriquear un poco, finalmente se fue del lugar, quién sabe si de regreso a Pávlovsk.

¡Suerte en tu viaje, buen hombre…!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales