sábado, 23 de mayo de 2020

Mientras llovía.


Conseguimos quedarnos en un lugar que alguna vez fue un colegio. Gran parte del edificio estaba dañado y sin techo, pero logramos encontrar un par de salas que servirían para aguantar unos días. La tormenta había comenzado hacía dos noches y se esperaba que durase al menos hasta cuatro o cinco días más. Teníamos poca comida, pero calculamos que podía alcanzarnos hasta que terminasen las lluvias, aunque lo ideal era arrancarse un par de horas hasta un negocio que habíamos visto en la carreta y comprar alguna otra provisión. Buscando restos de madera, para encender el fuego, encontramos ratones que se alejaban rápidamente de nosotros. También encontramos una especie de bodega tras forzar una puerta, donde estaban apiladas varias cajas que contenían cuadernillos, llenos de tierra, que prácticamente se desarmaban al tocarlos. Mientras los encendíamos, horas después, nos dimos cuenta que todos eran cuadernos de caligrafía. Si intentábamos hojearlos podían verse los trazos escritos de forma ordenada y tratando de seguir un patrón. A veces los patrones solo repetían letras, o sílabas, pero también encontramos algunas frases. Durante los días que estuvimos ahí mantuvimos el fuego casi todo el tiempo. Quemamos madera y arrojábamos de vez en cuando los cuadernos de caligrafía, para avivar las llamas. Cuando la tormenta terminó nos alistamos para partir. Mientras decidíamos dónde ir me fijé que quedaba un último cuaderno de caligrafía. Pensé en llevármelo, como recuerdo, pero al final no lo hice. Y es que me pareció un recuerdo triste, aquel cuaderno. No por los días que estuvimos ahí, sino por el origen mismo del cuaderno. Por lo que pudo significar en un inicio. O tal vez porque nunca tuvo un real significado.

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