miércoles, 27 de mayo de 2020

Distinto.


Cuando terminó el verano llegó distinto. Había hecho algunos viajes y entonces nos reunimos para hablar, con unos amigos. Apenas indagamos un poco nos dijo que se encontró con Jesucristo. Pensamos que bromeaba, pero estaba serio. Lo dejamos hablar. Sus viajes habían estado bien, señaló, pero no tenían que ver con aquello que quería contar. A Jesucristo se lo había encontrado de regreso, mientras hacía cosas comunes en la casa. Tres veces se lo había encontrado. O quizá más, explicó, pero solo tres veces lo había reconocido.

La primera ocurrió mientras se cepillaba los dientes. Mientras lo hacía, Jesucristo había aparecido en forma de una araña, que lo observaba desde el lavamanos. Como en principio pensó que era una araña común abrió la llave y trató de mojarla y hacer que se fuera por la cañería. Ya mojada, pero sin irse todavía, la araña se habría revelado. No nos explicó bien cómo, pero según él, había sido algo evidente. Milagroso y evidente, señaló. Lamentablemente, esa vez la araña -o Jesucristo-, terminó de igual forma metiéndose por el desagüe sin haberle entregado un mensaje claro.

La segunda vez Jesucristo se le habría presentado en un plato de tallarines. O en los restos, más bien. Nos contó que había volteado un vaso de agua sobre los pocos que quedaban, accidentalmente, mientras almorzaba. Entonces, mientras buscaba secar y recoger el vaso se percató que Jesucristo estaba ahí, en el plato. Apenas lo supo, bajó los ojos y sintió su presencia. Tan clara y fuerte la percibió que también se dio cuenta cuando el plato dejó de ser Jesucristo, minutos después. Buscando entender la situación le preguntamos si los tallarines habían formado la barba o algo así, pero lo negó rotundamente. Jesucristo es otra cosa, nos dijo.

La tercera vez le había ocurrido esa misma mañana, mientras se preparaba el desayuno. Jesucristo, según él, se le había aparecido en el hervidor. Se dio cuenta por la demora en apagarse, del aparato. El agua ya hervía dentro, pero el hervidor no se apagaba. Entonces, acercándose, él habría reconocido esta nueva manifestación. Respetuoso, inclinó su cabeza y esperó. Mientras lo hacía, el agua se evaporó y se esparció por la cocina. Luego el hervidor, ya seco, se detuvo. Y el milagro se apagó también, al mismo tiempo.

-¿No sacaste fotos? -le preguntó uno de nosotros, cuando terminó de hablar.

-No podría haberse visto, en las fotos -contestó, sin explicar.

Se hizo un silencio incómodo hasta que otro de nosotros lo rompió.

-Y de tus viajes… -le dijo-, ¿tienes fotos?

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