jueves, 30 de noviembre de 2023

Combustión espontánea.


Ella creía en la combustión espontánea.

Así me lo hizo saber.

-Creo en la combustión espontánea -me dijo un día.

Hablábamos de otra cosa, por supuesto, pero ella cambió de golpe el tema del que hablábamos.

Incluso el tono de voz, lo cambió.

Siempre hacía eso un par de veces por semana.

Así era ella.

Un poco extraña, tal vez, pero al mismo tiempo simple y directa.

Esa vez -la de la combustión espontánea-, recuerdo que además levantó uno de sus dedos y me lo mostró.

No había nada extraño, en principio, pero luego de unos segundos de la punta del dedo comenzó a surgir una pequeña llama.

Una llama muy azul, alcancé a ver, antes que se apagara.

Hubiese sido simplemente una milagrosa anécdota, pero lo cierto es que ella comenzó a hacer gestos de dolor.

Y es que, al parecer, la combustión seguía quemando su dedo -y su mano-, por dentro.

Pensé que bromeaba, en un principio, pero lo cierto es que con el dolor ella no bromeaba nunca.

De hecho, puedo afirmar que ella no sabía reaccionar, con el dolor.

Con ningún tipo de dolor. aclaro.

Fuimos entonces de urgencia a un hospital que había cerca.

Al ingresarla, yo intenté explicar lo de la combustión espontánea, pero nadie me creyó.

De igual forma la atendieron en todo caso.

No sé bien lo que le hicieron, pero entre otras cosas, le dieron una serie de calmantes

Estaba extraña, cuando salió.

Extraña de una forma distinta a la habitual.

Ella no lo reconocía, pero era cierto.

Seguimos viéndonos un tiempo, pero nada volvió a ser como antes.

Por mi parte, yo no sabía si culparme a mí, a ella, a los calmantes o a la combustión espontánea.

Ella -supongo-, eligió culparme a mí.

Y como no sabía lidiar con el dolor decidió -sin decirlo-, que era mejor alejarnos.

Así lo entendí, al menos, y lo acepté.

A pesar de todo, sin embargo, debo confesar que aún no creo en la combustión espontánea.

Y es que no soy bueno para creer, finalmente.

Sí, es cierto…

No soy bueno para eso.

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