viernes, 28 de abril de 2023

Seis agujeros en la tierra.


Seis agujeros en la tierra.

Seis agujeros que me hablaban.

Seis agujeros que tenían voz.

Seis agujeros como bocas.


Bocas rasgadas de tanto gritar hacia lo alto.

Bocas partidas y resecas y marchitas.

Bocas llenas de rocas como dientes partidos.

Bocas extrañas y amargas que no tienen qué morder.


Morder muertos podrían esas bocas.

Morder interiormente sus propias mejillas.

Morder incluso las palabras que aparecen ya partidas.

Morder la mano de aquel que arrojó dentro de ellas un madero.


Madero viejo y gastado, lleno de nudos.

Madero que tal vez, quien sabe, fue parte de una cruz.

Madero con marcas pequeñas que ya nada significan.

Madero que es parte de otros seis, que están en contacto con la tierra.


Tierra que ahora se aferra al madero y no lo suelta.

Tierra que lo abraza y lo absorbe quién sabe para qué.

Tierra que es parte de una boca que se ha cerrado nuevamente.

Tierra que muerde y se entierra en el madero como un clavo.


Todo queda así más o menos ordenado.

Seis agujeros como bocas y en ellos seis maderos, aferrados por la tierra.

Eso es simple, dirá alguien, queriendo de pronto abandonar.

Y observará entonces el óxido en el clavo, como si nada quedase por hacer.

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