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Tengo un pingüino enojón que se llama Marcus.
Un día llegó a mi puerta y yo le abrí.
-Me llamo Marcus –dijo, y caminó directo al refrigerador.
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Le hice un espacio, pero él se quejó igualmente.
-Puedes sacar todo, menos el jugo de melón –me dijo.
Y es que a Marcus le gusta el jugo de melón.
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En el día no sale porque hace calor, pero en la noche se pasea como si vigilara mi trabajo.
-¿Qué haces? –me pregunta.
Y yo le contesto siempre con la verdad, pues no hay necesidad de mentirle a un pingüino.
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Lo malo es que Marcus a veces comienza a quejarse:
-Aquí no hay nieve –dice.
-Este pescado no está fresco –dice.
-No hay dibujos en tus libros –dice.
Y luego vuelve al refrigerador.
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Como no me gusta que esté enojado compré un refrigerador más grande.
Y también una alfombra blanca, como la nieve.
Pero Marcus siguió molesto, y nunca agradece nada.
Y claro... yo entonces me enojo un poco, como Marcus.
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Un día llegué temprano y sentí ruido en el refrigerador.
Por la puerta entreabierta se veía bailar a Marcus.
Se veía alegre.
Y yo me escondí para que no se avergonzara.
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Un día que Marcus estaba en la tina yo me metí al refrigerador.
Y es que quería sentirme como Marcus.
Entonces sentí que se me heló todo, hasta el corazón.
Todo era blanco y como de mentira, ahí dentro.
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Para que no se aburriera un día lo invité a pasear.
-Debo salir con quitasol –exigió.
Y yo lo tapé con mi paraguas.
-Un paraguas no es un quitasol –me dijo entonces.
Y volvió al refrigerador.
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Una vez lo vi saludar, mientras miraba por la ventana.
Afuera estaba pasando una monja.
Cuando se dio cuenta del error se enojó más que nunca.
Y no salió del refrigerador en tres días.
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Un día creí que la solución era llevarlo al zoo.
Se lo conté y le expliqué que ahí habría otros como él.
Entonces Marcus trajo el paraguas y caminó junto a mí, hasta aquel lugar.
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¿Han caminado con un pingüino llevándolo de la mano?
¡Son heladitas sus manos!
Aunque en realidad son aletas y no manos…
¡Pero qué heladitas son…!
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Marcus se despidió serio y entró con los otros pingüinos.
Yo me quedé viendo, pero él no se volteó.
Luego se hizo de noche y pidieron que me fuera, para cerrar el zoo.
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Dos días después me di cuenta que había algo escrito en el refrigerador.
“Gracias”, decía.
“Nunca quise molestarte”.
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Quizá me equivoqué con Marcus, pienso ahora.
Y tal vez él sentía que yo era el enojón.
Mejor voy a escribirle una historia con dibujos y haré mucho jugo de melón.
¡Es tan extraño comprender lo que sucede, algunas veces!
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súper,
ResponderEliminarbuenos escritos.
Saludos.
Gracias.
ResponderEliminarMe ha hecho recordar con nostalgia a El Principito!
ResponderEliminarEl episodio de la monja todo un hallazgo! jejeje, imaginarlos caminando de la mano y con paraguas hacia el zoológico, una ternura!
=)
Maravilloso, hace tiempo no encontraba algo así en un blog, qué gusto haberlo hecho, saludos!
ResponderEliminarGracias :)
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