lunes, 26 de marzo de 2012

Un paraguas no es un quitasol.


*

Tengo un pingüino enojón que se llama Marcus.

Un día llegó a mi puerta y yo le abrí.

-Me llamo Marcus –dijo, y caminó directo al refrigerador.

*

Le hice un espacio, pero él se quejó igualmente.

-Puedes sacar todo, menos el jugo de melón –me dijo.

Y es que a Marcus le gusta el jugo de melón.

*

En el día no sale porque hace calor, pero en la noche se pasea como si vigilara mi trabajo.

-¿Qué haces? –me pregunta.

Y yo le contesto siempre con la verdad, pues no hay necesidad de mentirle a un pingüino.

*

Lo malo es que Marcus a veces comienza a quejarse:

-Aquí no hay nieve –dice.

-Este pescado no está fresco –dice.

-No hay dibujos en tus libros –dice.

Y luego vuelve al refrigerador.

*

Como no me gusta que esté enojado compré un refrigerador más grande.

Y también una alfombra blanca, como la nieve.

Pero Marcus siguió molesto, y nunca agradece nada.

Y claro... yo entonces me enojo un poco, como Marcus.

*

Un día llegué temprano y sentí ruido en el refrigerador.

Por la puerta entreabierta se veía bailar a Marcus.

Se veía alegre.

Y yo me escondí para que no se avergonzara.

*

Un día que Marcus estaba en la tina yo me metí al refrigerador.

Y es que quería sentirme como Marcus.

Entonces sentí que se me heló todo, hasta el corazón.

Todo era blanco y como de mentira, ahí dentro.

*

Para que no se aburriera un día lo invité a pasear.

-Debo salir con quitasol –exigió.

Y yo lo tapé con mi paraguas.

-Un paraguas no es un quitasol –me dijo entonces.

Y volvió al refrigerador.

*

Una vez lo vi saludar, mientras miraba por la ventana.

Afuera estaba pasando una monja.

Cuando se dio cuenta del error se enojó más que nunca.

Y no salió del refrigerador en tres días.

*

Un día creí que la solución era llevarlo al zoo.

Se lo conté y le expliqué que ahí habría otros como él.

Entonces Marcus trajo el paraguas y caminó junto a mí, hasta aquel lugar.

*

¿Han caminado con un pingüino llevándolo de la mano?

¡Son heladitas sus manos!

Aunque en realidad son aletas y no manos…

¡Pero qué heladitas son…!

*

Marcus se despidió serio y entró con los otros pingüinos.

Yo me quedé viendo, pero él no se volteó.

Luego se hizo de noche y pidieron que me fuera, para cerrar el zoo.

*

Dos días después me di cuenta que había algo escrito en el refrigerador.

“Gracias”, decía.

“Nunca quise molestarte”.

*

Quizá me equivoqué con Marcus, pienso ahora.

Y tal vez él sentía que yo era el enojón.

Mejor voy a escribirle una historia con dibujos y haré mucho jugo de melón.

¡Es tan extraño comprender lo que sucede, algunas veces!

*

5 comentarios:

  1. Me ha hecho recordar con nostalgia a El Principito!
    El episodio de la monja todo un hallazgo! jejeje, imaginarlos caminando de la mano y con paraguas hacia el zoológico, una ternura!
    =)

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  2. Maravilloso, hace tiempo no encontraba algo así en un blog, qué gusto haberlo hecho, saludos!

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