-Señor –me dijo-, lo esperan en el vagón restaurant.
-¿En el vagón restaurant? –pregunté yo, despertándome.
-Sí señor, es una mujer, me dijo que le avisara.
-Pero espere… ¿qué es eso del vagón restaurant…? –insistí-. ¿Dónde estamos?
-Estamos en el tren, señor.
-¡¿Estamos en un tren…?!
-No, señor… es decir, estamos en “el” tren, no en “un” tren –me dijo, mientras se volteaba-. Ruego a usted usar el lenguaje adecuado.
Luego se marchó.
Intenté entonces recordar cómo había llegado a ese lugar, pero no lograba acceder a ninguna información útil. Así, simplemente, avancé por los pasillos y observé los letreros que indicaban la ubicación del vagón restaurant, donde me esperaba esta mujer.
-No soy una momia –me dijo, apenas ingresé al lugar.
Y bueno, yo la observé, en silencio.
Se trataba de una mujer vestida con un traje amarillo. Usaba lentes de sol, guantes, y toda su piel estaba cubierta por vendas blancas, en perfecta posición…
-Supongo que no me reconoces –me dijo.
Yo le di la razón.
-Es extraño –añadió-, pero desde que estoy en el tren se me han acercado una serie de hombres alabando mi belleza… y eso que estoy vendada…
-¿Te ha ocurrido algo? –pregunté.
-No… -contestó-. Le estuve dando vueltas, sabes… a lo de encontrarme hermosa de esta forma, pero aún no consigo explicarme esas opiniones…
-Quizá estos hombres ven cosas que los otros no ven –dije yo, no muy convencido.
Ella ni siquiera respondió.
Pasó así un momento. Yo me senté y trajeron un par de aperitivos.
Me tomé los dos.
-Usted encontró una foto –dijo entonces.
-¿Una foto?
-Sí, una foto que alguien rompió tras una discusión -agregó-. Usted recogió los pedazos y volvió a armarla, y hasta se enamoró de la imagen…
-¿Qué…?
-Que se enamoró de la imagen, pero lamentablemente armó mal la imagen… y ya ve.
-¿Qué veo?
-Que armó mal mi rostro, me desfiguró… y hasta me amó así, desfigurada.
-Pero yo no he hecho nada de eso –alegué.
-Claro que lo ha hecho –dijo ella-. Armó mal la foto y se enamoró de la imagen; luego, no pude impedir tomar el rostro de quién me amaba…
-Usted no sabe de qué habla –la interrumpí-. Repite la palabra amor como si se tratase de una explicación… yo no he hecho lo que usted dice, y lamento si así ocurrió… pero ara ser sincero ni siquiera sé cómo fue que subí a este tren…
-Al tren –me corrigió-. Además acá nadie sube, acá hay simplemente dos tipos de pasajeros: los que bajan, y los que no… y claramente tú eres de los que no se baja…
-¿Estás segura?
-Claro… -continuó-, por eso armaste mi foto… y por eso estás acá.
Yo la miré en silencio y decidí dejar de discutir. Si ella decía que yo volví a unir los trozos de una imagen, pues bien, yo los uní… no hay problema.
-Voy a buscar la imagen –le mentí-. Voy a buscarla y si quieres la armamos y recuperas el rostro…
-¿Harías eso por mí?
-Sí –le dije-. Deja ir por la imagen y arreglemos este asunto.
Y bueno… fue así que me aleje de esa mujer y me dispuse a bajar del tren, sin que ella se diera cuenta.
Con todo, debo admitir que tras bajar, me pareció recordar algo de aquello que decía la mujer, pero decidí mejor no darle vueltas a ese asunto.
Además, pensé, finalmente, todos tenemos el rostro que merecemos. O lo tendremos, sin duda, algún día.
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