domingo, 25 de marzo de 2012

Nunca será mio el jardín de los cerezos.

“¡El jardín,
que va a ser vendido
por causa de nuestras deudas!”
Chejov.


Nunca será mío
el jardín de los cerezos.

Y nunca yo
seré de nadie.

Ese fue el acuerdo.

Así,
por lo menos,
nunca perderemos
cosa alguna.

Yo podré mirarlos
mientras crecen,
y ellos sabrán
que hay alguien
que aprecia
su existencia.

Habrán hombres, claro,
que comprarán esos terrenos
y edificarán cercas,
pero el jardín seguirá,
de algún modo,
siendo visto,
y en los cerezos vivirán
las sensaciones
que depositamos en la tierra
al dormir.

Y es que la verdad es una sola:
todo envejece.

Y solo cuando es tarde
nos damos cuenta,
que hubiésemos sido menos tristes
de haber vivido
con las manos abiertas.

Un hombre en una silla.

Una silla en un jardín.

Los cerezos en un jardín.

Y hasta los recuerdos del hombre,
envejecen.

Y es que todo envejece,
por supuesto.

Y nada nunca es nuestro.

¡Ya no estás en edad
de ignora estas cosas,
pequeña Ania…!

Y saber es siempre mejor
que jugar a comprender
que sabemos.

Eso me enseñaron los cerezos.

En silencio
y a una distancia
que nunca se vio alterada
en lo más mínimo…

No escuches a nadie,
pequeña.

Olvídate de todo,
incluso,
pero no dejes nunca
de admirar ese jardín.

Todo lo demás se irá.

El corazón no está hecho
para atesorar recuerdos.

Y nada nunca,
realmente,
será tuyo.

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