domingo, 28 de febrero de 2021

Qué les incomoda.


Visitan tu hogar, de vez en cuando.

No hay mayor problema, cuando vienen de día.

Las complicaciones surgen en la tarde, a medida que oscurece.


En principio, no comprenden qué los incomoda.

Cambian el tono de voz, se inquietan un poco.

Siempre es así hasta que todo es evidente.


Entonces, comienza un circuito extraño.

Breves silencios, frases inconexas.

Un rondar absurdo, como en el óvalo de un circuito de carreras.


Me preguntan qué es lo que está mal, si las lámparas o las ampolletas.

Yo no sé adónde apunta la pregunta, así que no respondo.

Así, de cierta forma, yo también los dejo a oscuras.


Lo extraño es que culpan a la lámpara por tanta oscuridad.

Tienes que arreglarlas, me dicen.

Olvidan que la oscuridad es el estado natural de mundo.


Con luz, pienso yo, no te percibes a ti mismo.

Tu mirada se aleja y se posa en las cosas.

En cosas que, por lo general, no tienen luz propia.


Dedicas así tu vida a nombrarlas, a entenderlas a partir de diferencias.

Les inventas una función, una razón de existir.

Y las ordenas, como si existiese un lugar correcto para ellas.


Es entonces cuando decides quebrar ese momento.

Hacer algo para cambiar las cosas.

Algo que, sin dañar a nadie, se parezca al fin del mundo.


Por ejemplo, te pones de pie y finges ir al baño.

Y abandonas la casa, abruptamente, cuando no te ven.

Se las dejas, más bien, como un recuerdo equivocado.


Puedes hacerlo sin culpa.

Nadie muere por falta de luz, ni por quedarse a solas.

No te preocupes, casi nunca habrá daño.

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