sábado, 9 de enero de 2016

Seguir a un coche fúnebre.


Cuando llevaba un par de semanas de vacaciones me topé en la calle con el coche fúnebre. Yo iba en bicicleta, por la orilla de una avenida poco concurrida, cuando lo vi. El coche era seguido por tres automóviles pequeños que iban a baja velocidad. Como se trataba de una procesión pequeña quedé algo intrigado y comencé a seguirlos. La velocidad era tan baja que podía adelantarlos y volver atrás sin problemas, tratando de fijarme en cada uno de los integrantes de los autos. En cada uno de los vehículos iban tres personas. Nada de particular en ninguna de ellas. Todos adultos entre unos treinta y sesenta años. Cantidad proporcional de hombres y mujeres. Ropas oscuras, por supuesto. Rostros serios.

Iban a un cementerio que se encontraba cerca del lugar donde trabajaba. Era un día viernes en la mañana, en pleno verano, aunque no hacía calor. Guardé distancia cuando estacionaron y, como conocía el área, fui a dar otra vuelta, en el sector. Eran rutas cansadoras, pues suponían grandes subidas, a la orilla de un cerro. Compré agua mineral en un almacén del lugar. Descansé un rato. Volví a los pocos minutos al cementerio y me decidí a averiguar definitivamente a quién estaban enterrando. Quería, un nombre, un dato, alguna cosa. No sé bien por qué.

Le pregunté a un guardia sobre un entierro reciente y me envió a un sector bastante lejano, en lo alto de una loma. Ya a distancia se podían divisar los hombres de los autos y unas seis personas más. Dejé la bicicleta amarrada en la reja de entrada y fui hasta el lugar. Busqué la tumba más cercana y me quedé ahí, escuchando lo que tenían que decir.

Un hombre –posiblemente un religioso-, dijo unas palabras sobre la vida después de la muerte y citó unos versos de la Biblia, pero no dio pistas sobre quién era el muerto. Luego habló una mujer de unos cuarenta años. Contó algo sobre un viaje que había realizado con la persona muerta. Solo se podía deducir de ellas que el muerto –o la muerta- era agradable y buen compañero. Ni siquiera dio pistas que permitieran aclarar su género.

Nadie más habló. Simplemente lo bajaron y una de las mujeres lloró un poco, nada más. Vi a un chico más joven y a una niña, que aparentemente estaban con sus padres. Parecían algo distraídos y con ganas de irse. Entonces algunos de los presentes arrojaron tierra sobre el féretro y comenzaron a descender la loma. Me acerqué a ellos mientras descendían y traté de escuchar qué hablaban. Tras largo rato logré escuchar a unos hablando sobre el almuerzo y a otros sobre la visita a una tía, que no había podido ir al funeral.

Como no dijeron nada volví a la tumba, pero no habían puesto la lápida, todavía, y solo había un número y varias coronas de flores, con frases genéricas. Entonces volví hasta la entrada y le pregunté directamente al guardia sobre la persona a la que habían enterrado, pero él me dijo que no manejaba los nombres, y que podía consultarlo en unas oficinas que estaban a un costado, pero que no abrían hasta una hora más tarde.

Pensé en esperar, si soy sincero, pero finalmente volví a buscar mi bicicleta y regresé a casa. Tomé mucha velocidad pues era un camino en bajada y quería dejar de pensar en todo eso.

Ya en casa me di una ducha y me preparé algo para comer.

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