viernes, 15 de enero de 2016

Una conversación.


I.

-Me encanta el invierno –me dijo-. Es una buena estación para esquiar.

-Ya –dije yo.

-Una vez, de hecho, fui a esquiar y me quebré la pelvis -continuó-. También seis costillas y estuve en coma por nueve meses.

-…

-En sí no es algo bueno, por supuesto, pero puede tener otro enfoque.

-¿Cuál? –pregunté.

-Cuando desperté ya era otra vez invierno –me dijo-, y como mis fracturas habían sanado, resultó que podía esquiar nuevamente.

-Fantástico –le dije.

-Fue como haber accedido a un fragmento de la eternidad –concluyó.


II.

-¿A usted no le ocurre? –preguntó de pronto.

-¿A qué se refiere?

-A lo que hablábamos antes –señaló.

-…

-¿No se acuerda…?

-¿Lo de esquiar?

-Exacto.

-Es que no esquío…

-Pero, ¿le gusta el invierno…?

-Eh… sí, me gusta.

-¿Y la eternidad…?

-…

-¿No ha tenido usted acceso a un fragmento de la eternidad?

-¿Qué eternidad?

-…


III.

-Mire –me dijo, mostrándome una foto-, esta es mi hija.

-¿La del collar?

-No, esa es nuestra perra –me aclaró-. Mi hija se llama Mabel.

-Ya –dije yo.

-Nació por cesárea.

-…

-No es que yo sea estrecha, sabe… Lo que pasa es que ella venía atravesada.

-…

-¿Tiene usted hijos?

-Sí, uno.

-¿Nació por cesárea?

-No –dije yo.

-¿No anda con una foto?

-¿De mi hijo?

-Sí… ¿tiene acá alguna foto?

-No, pero él va dos asientos más atrás –le dije-. No encontramos asientos juntos.

-Si quiere puedo cambiar asiento con él.

-¿Sentarse donde va él y él donde está usted?

-Exacto –me dijo.

-¿No es problema para usted?

-Lo lamentaría ya que me ha encantado conversar con usted, -me dijo-. No siempre se llega a hablar de cosas tan profundas.

-No siempre –dije yo.

-Si quiere puede darme su número de teléfono… -ofreció, mientras apoyaba su mano en mi pantalón-. Acuérdese que no soy estrecha…

-No uso teléfono –le dije.

Esa fue toda la conversación.

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