jueves, 18 de mayo de 2023

Así aplaudimos.


Aplaudimos finalmente porque los demás aplaudían. Solo por eso, me refiero. Porque nos vimos en medio de aquellos aplausos y no sumarse a ellos habría resultado incómodo. Luego, de casualidad, reconocimos el escenario. Bajo nuestros pies, lo descubrimos. Resultaba extraño, pero lo cierto es que no nos sorprendimos mayormente. Después, seguimos aplaudiendo pues ellos no se detenían. Mientras lo hacía, observé que mis palmas estaban rojas. Y que seguían chocándose entre sí. Bajo el escenario, un tramoyista parecía hablarme, pero no lograba oír lo que decía, debido a los aplausos. Por eso, finalmente, me acerqué disimuladamente hacia él e intenté escuchar sus palabras. Iban dirigidas hacia mí, como creía, y parecían indicaciones, pero no comprendí exactamente qué quería. Algo molesto, según me pareció, sacó un papel y comenzó a escribir en él unas cuantas palabras que luego me entregó. Además, mediante señas, parecía indicarme que las dijese en voz alta, urgentemente, ahí, en medio de los aplausos. Dudé en hacerlo, pues nadie parecía prestarme atención, pero ante los gestos de aquel hombre, lo hice. Leí las palabras y las dije alzando mi voz lo más alto que pude. De inmediato los aplausos cesaron. Me observaban. Esperando algo, me observaban. Como no sabía qué más hacer volví a leer desde el papel. Dos, y hasta tres veces lo leí. Ahora ellos se miraban unos a otros, en silencio. Parecían decepcionados. Uno me lanzó una moneda oscura que me golpeó en la frente. Luego, igual que los otros, simplemente dio media vuelta y comenzó a salir del lugar. Una niña pequeña que estaba entre ellos comenzó a aplaudir, mientras salía, pero le sujetaron las manos y la llevaron con ellos. Yo, en tanto, no me moví de mi sitio, en lo absoluto. Así dejamos de ser nosotros, me dije. Finalmente, la luz se apagó.

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