martes, 16 de mayo de 2023

Se ponía triste cuando hacía sumas.


Se ponía triste cuando hacía sumas.

Sabía hacerlas, por supuesto, pero igual se entristecía.

Lo comprendió poco a poco, siendo adulta, y entonces lo contó.

Observó también a su propia hija.

Incluso a algunos compañeros de su hija.

Convencida, preguntó entonces si había una forma científica de comprobarlo y poco después comenzó un estudio.

No ella, me refiero, sino un conocido que trabajaba en una universidad privada y cada cierto tiempo publicaba algunos papers.

Incluso ella recibió un breve incentivo económico a partir de aquello.

El estudio consideró a una muestra bastante heterogénea de individuos.

Todos menores de 20 años, eso sí.

Así, aunque no se llegó a establecer el porqué, los resultados fueron concluyentes.

No se habló de entristecer, eso sí.

Se prefirió enfocarlo de otra forma, digamos.

Así, se señaló que la mayoría de las personas estudiadas era “más feliz” resolviendo restas que sumas.

Se decía de una forma más compleja, por supuesto, explicando la felicidad a partir reacciones neuronales promovidas por neurotransmisores químicos específicos…

Ella, en cambio, lo explicó siempre en otros términos.

Mientras la suma le producía tristeza -parafraseo aquí sus palabras-, consideraba la resta como una operación más sutil y delicada.

Más humana, se citaba en una nota al pie, bajo el texto.

Y hasta más afín con su propia condición.

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