jueves, 4 de mayo de 2023

Maté una mosca, dos veces.


Maté una mosca dos veces. Estoy seguro. No maté dos moscas… maté una misma mosca. Dos veces. Soy estúpido a veces, pero no mentiroso. Pueden creerme. La mosca había estado revoloteando por mi cuarto Desde la noche anterior había estado revoloteando. Estaba oscuro, pero la observé. Adivinaba donde estaba antes incluso que emitiera un ruido. Por la mañana la encontré. Estaba sobre una de las ventanas de mi dormitorio. Quieta. Me acerqué a ella. La observé desde diversos ángulos. En ningún momento la mosca se movió. Incluso me pareció que en un momento determinado quedamos mirándonos a los ojos. Acerqué mi mano lentamente, entonces, permitiéndole arrancar. Quería darle otra oportunidad. Permitirle que huyera y se alejara. No fue así. Tal vez la mosca quería morir, me dije. Incluso me inventé razones que podía tener ella para decidir morir, en este mundo que compartíamos. En ese sentido, podría decir que la primera vez que la maté lo hice por lástima. Apreté su cuerpo contra el vidrio hasta que la mosca reventó dejando una marca en el vidrio. El cuerpo, lo tomé entre mis dedos, abrí la ventana y lo arrojé al exterior. Apenas volví a cerrar la ventana vi a la mosca nuevamente. Estaba ahora sobre la pared, pero era sin duda la misma mosca. Me aseguré de ello tras acercarme a ella y observarla desde varios ángulos. Tampoco se alejaba. No solo quería morir, sino que quería morir dos veces. Quien sabe si para ir luego de este mundo a otros dos distintos, y poder escoger. Por lo mismo, sin pensarlo demasiado volví a matarla. La aplasté también, aunque esta vez contra la muralla. Nuevamente dejó una marca y tomé el cuerpo entre mis dedos. Y nuevamente abrí la ventana y arrojé el cadáver de la mosca hacia el exterior. Luego cerré la ventana diciéndome que podría hacer aquello cuantas veces quisiera. Afuera de mi ventana cabían, sin duda, millones y millones de cuerpos de moscas, si querían seguir con esto. Tras cerrar la ventana, observé mi cuarto y, por supuesto, volví a ver a la mosca. Estaba parada sobre el teclado en el que ahora escribo esto. Estaba sobre la letra “v”. Pensé que iba a saltar sobre otra letra y decirme algo, pero no lo hizo. Solo se quedó ahí hasta que yo comencé a teclear. Entonces se movió lentamente hacia un costado, y está ahora mismo esperando que termine de escribir para seguir con este asunto. Debo reconocer, sin embargo, que no sé sinceramente si quiero prestarme para aquello. Por eso demoro el final, mientras la observo. Le doy y me doy unos segundos para reflexionar sobre nuestro próximo movimiento. Hago una pausa para observarla y ella también me observa. Haz lo que debas hacer, parece decirme. No sé bien a qué se refiere.

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