"Cuando llegue el nuevo día, ¿qué mundo será éste?"
H.M.
H.M.
I.
-Apuesto a que se te dan bien las matemáticas…
-¿Qué?
-Que apuesto que se te dan bien las matemáticas –me dijo-. Tienes pinta de eso…
Luego me extendió una mano pequeña, y se sentó a mi lado, en un asiento que estaba junto a la jaula del leopardo, y otros felinos.
-Me llamo Lisboa –continuó-, ¿conoces la ciudad?
-¿La ciudad de Lisboa?
Ella asintió, mientras abría un paquete de papas fritas.
-No –mentí-. Es decir, sé qué ciudad es, y sé más o menos cómo es, pero nunca he estado ahí.
Ella comió unas cuantas papas y todavía con trozos pequeñitos en la boca volvió a hablar.
-Mis abuelos eran de Portugal –dijo entonces-, y se vinieron acá cuando mis papás eran pequeños, venían en el mismo barco incluso, y ahí se conocieron las familias… ¿no te aburro?
-No… Pero espera, ¿qué edad tienes?
-¿Por qué?
-Porque eres extraña, o sea, no sé... te ves un poco como una niña…
-¿Y crees que ando perdida en el zoológico…?
-No, no digo que seas tan chica, pero no podría adivinar tu edad…
-Ya salí del colegio, si es lo que te preocupa… y trabajo vendiendo plantas…
-¿Vendiendo plantas?
-Sí, yo las siembro, las cuido y luego las desentierro, las traspaso a maceteros y las vendo… es simple…
-¿Y se vive bien con eso?
-¿Con las plantas?
-Sí… es decir, con el dinero de ese negocio…
-Mmm… supongo que sí… ¿tú vives bien?
-¿De dinero?
-No sé, tú eliges qué respondes…
-Pues de dinero no sé, no me interesa realmente… pero al menos me alcanza para venir al zoológico sin desfinanciarme…
-¿Vienes mucho?
-Hoy en día no… antes sí, incluso una vez entré de noche, a escondidas…
-¿Siempre solo?
-Casi siempre, para ser sincero… algunas veces vine con mi hijo, claro…
-O sea que estás solo en el zoológico… Ja… Lógico…
-Sí, zoolo en el sológico, sirve también si es por jugar con las palabras…
-Yo una vez me hice un examen a la cabeza porque juntaba y ordenaba mal las palabras, cuando era chica…
-¿Y salió bien?
-¿Qué cosa?
-El examen…
-Ah… No… o no me acuerdo, realmente… ¿te has hecho tú exámenes a la cabeza?
-Mmm… sí un par de veces…
-¿Y?
-Y nada… es decir, recuerdo que una vez me dijeron que había un problema con las reacciones… en las zonas del cerebro, me refiero…
-¿Cómo?
-Eso… que daban lo mismo los estímulos, mi cerebro reflejaba siempre una actividad constante…
-¡Espera…! O sea que si en este momento se arranca un tigre o algo, tu cerebro funciona exactamente igual a si estuviera adentro de la jaula…
-Sí, más o menos eso…
-Mmm…. O sea que tú hibernas.
-¿Cómo?
-Así, con eso de las reacciones que me contabas… es decir, es como si hibernaras, solo que despierto… como los osos, o las tortugas…
-¿Hibernan las tortugas?
-Sí… ja… yo tampoco sabía, una vez boté una a la basura pensando que se había muerto… pero luego supe que hibernaban… ¡Ah…! Me acordaba: también hay plantas que hibernan.
-¿Plantas? ¿Y en qué cambian cuando hibernan?
-Parecen muertas… se recogen, y hay algunas que dejan incluso de absorber el agua… oh… me cayó una gota –dijo entonces, mirando al cielo.
-Sí, dijeron que llovería hoy…
-¿Y viniste igual?
-Sí, es que me gusta el agua… la lluvia…
-Ja… a lo mejor eres como mis plantas, hibernas a tu modo y te gusta el agua… a lo mejor tendría que cuidarte…
-Y venderme luego, acuérdate que lo tuyo es un negocio…
-No sé… hay plantas que dejo conmigo, y no las vendo... ¡Mira, ahí viene el leopardo…! Qué raro… justo cuando empieza a llover…
-Hay animales que también le gusta, supongo…
Entonces, ambos volteamos para ver un rato al leopardo, que se acercó hasta la parte donde estábamos nosotros…
-¡Ey…! Pareciera que te conoce… ¿le has dado algo alguna vez…? ¿O será que te ha visto antes?
-No, no sé… a veces pasa… pero ya está lloviendo fuerte, ¿no te molesta la lluvia?
Pero ella no contestó. Y sacó una cámara y tras taparla con una mano, fotografió al leopardo y me mostró la foto.
Luego, me tomó de la mano y comenzó a caminar por un lado opuesto al que se encontraban los caminos para recorrer el cerro donde se ubica el zoo.
-Tengo que cuidarte –me dijo-. Y además conozco un camino secreto para entrar y salir sin pagar las veces que quieras…
-¿Es en serio…?
-Sí, muy en serio –me dijo. Y yo le creí.
II.
Luego de una media hora de caminata y de bajar el cerro por un lugar que desconocía, llegamos a un edificio de departamentos sin estrenar, y, tras meternos a escondidas por un sector sin protección que ella conocía, llegamos hasta el departamento piloto, que permanecía sin llave.
-Adelante –me dijo entonces. Y yo entré.
Se trataba de departamentos de gran tamaño, con dormitorios que consideraban la presencia de varios hijos y un gran espacio interno en el living comedor.
-Es como en el cuento de Ricitos de oro y los tres osos –comenté.
-Sí, pero acá no hay osos… o en una de esas están hibernando –me contestó, risueña.
Luego ella sacó unas galletas de su mochila y como si ya hubiese estado ahí antes llenó de agua un hervidor eléctrico y puso dos tazas sobre la mesa.
-Solo será agua caliente me dijo, pero servirá para el frío, mientras pasa la lluvia -comentó, mientras servía la mesa.
Yo la miraba mientras hacía aquello y todo me parecía tan irreal que lo acepté sin más, igual como las niñas pequeñas cuando jugaban a las tacitas, o tenían unas casitas de muñecas.
-Podrías ir a prender el calefactor del dormitorio –dijo entonces-, o nos va a dar frío cuando nos vayamos a acostar…
-Espera… -dije entonces-, ¿estás hablando en serio?
-¿A qué te refieres?
-A todo… es decir, pasa algo raro aquí… Es decir, el departamento, las cosas, ahora hablas de acostarnos…
-¿Y?
-Qué algo hay que no encaja en todo esto… una cifra que no da…
-Ja… de nuevo con las matemáticas… olvídate de eso…
-Pero…
-Quiero cuidarte, recuerda…
-Pero yo no soy una planta… yo…
-Tú no debes preocuparte, sé por lo que has pasado y por eso estoy acá, yo…
-¿Tú…? Tú no sabes por lo que he pasado, no me vengas con esas cosas…
-Sé todo –me dijo-, y tienes que cuidarte… me encantaría contarte, pero créeme que te asustarías demasiado… necesitas guardarte un tiempo, hibernar en serio… y esconderte…
-¿De qué hablas?
-Alguien te está buscando, y tienes que estar a resguardo… el otro día robaron tus cosas, ¿no?
-Sí, pero fue algo normal, le robaron a varios además, junto a mí… computadores, dinero…
-Pues escucha bien: si quieres seguir creyendo en el mundo en que vives no veas el rostro del hombre en la grabación…
-¿Cómo sabes que está grabado?
-No importa… quedemos en que lo sé, y sé también lo que habías escrito, y que jugaste con cosas que no debieses jugar…
-…
-Toma esto como una salida que te ofrezco… o como una vida tranquila… yo prepararé las comidas, y te atenderé… tú solo debes dormir, y descansar, hasta que te repongas… ¡Mira, si son los niños!
-¿Qué…?
-Los niños, mira, están ahí, en el jardín…
-Esos son adornos de cartón…
-Son lo que quieres que sean, Vian. Y esto es sin duda mejor de lo que se avecina…
Yo entonces la miré directamente a los ojos, y fue de pronto como si una serie de rostros y de edades se superpusieran en ella…
-¿Quién eres? –le dije.
-Puedo ser quien quieras –contestó.
-¿Y si quiero que seas nadie?
-Eso es lo único que no puedes desear. No puedes negar que soy alguien, entiéndelo.
Esto me decía aquella chica que decía llamarse Lisboa mientras afuera la lluvia caía y oscurecía, y yo intentaba entender qué otra salida me quedaba…
-Sé que no he estado bien –le dije finalmente, con los ojos cerrados-, sé que ha habido errores y que me he negado cosas… pero has sido tú misma quien decidió ser nadie, y yo acepté… y no es hibernación lo que necesito, ni cuidados… yo…
-Pero tú serás dañado…
-¡No importa…! Puedo aceptar las pérdidas que vengan…
-Quizá no puedas…
-Puedo –dije tajantemente, y abrí los ojos.
Entonces noté que estaba empapado y que yo estaba tendido a un costado de la jaula del leopardo, que estaba también dormido, a la intemperie, bajo la lluvia.
Lo primero es salir de aquí, me dije.
Y fue lo que hice.
-Apuesto a que se te dan bien las matemáticas…
-¿Qué?
-Que apuesto que se te dan bien las matemáticas –me dijo-. Tienes pinta de eso…
Luego me extendió una mano pequeña, y se sentó a mi lado, en un asiento que estaba junto a la jaula del leopardo, y otros felinos.
-Me llamo Lisboa –continuó-, ¿conoces la ciudad?
-¿La ciudad de Lisboa?
Ella asintió, mientras abría un paquete de papas fritas.
-No –mentí-. Es decir, sé qué ciudad es, y sé más o menos cómo es, pero nunca he estado ahí.
Ella comió unas cuantas papas y todavía con trozos pequeñitos en la boca volvió a hablar.
-Mis abuelos eran de Portugal –dijo entonces-, y se vinieron acá cuando mis papás eran pequeños, venían en el mismo barco incluso, y ahí se conocieron las familias… ¿no te aburro?
-No… Pero espera, ¿qué edad tienes?
-¿Por qué?
-Porque eres extraña, o sea, no sé... te ves un poco como una niña…
-¿Y crees que ando perdida en el zoológico…?
-No, no digo que seas tan chica, pero no podría adivinar tu edad…
-Ya salí del colegio, si es lo que te preocupa… y trabajo vendiendo plantas…
-¿Vendiendo plantas?
-Sí, yo las siembro, las cuido y luego las desentierro, las traspaso a maceteros y las vendo… es simple…
-¿Y se vive bien con eso?
-¿Con las plantas?
-Sí… es decir, con el dinero de ese negocio…
-Mmm… supongo que sí… ¿tú vives bien?
-¿De dinero?
-No sé, tú eliges qué respondes…
-Pues de dinero no sé, no me interesa realmente… pero al menos me alcanza para venir al zoológico sin desfinanciarme…
-¿Vienes mucho?
-Hoy en día no… antes sí, incluso una vez entré de noche, a escondidas…
-¿Siempre solo?
-Casi siempre, para ser sincero… algunas veces vine con mi hijo, claro…
-O sea que estás solo en el zoológico… Ja… Lógico…
-Sí, zoolo en el sológico, sirve también si es por jugar con las palabras…
-Yo una vez me hice un examen a la cabeza porque juntaba y ordenaba mal las palabras, cuando era chica…
-¿Y salió bien?
-¿Qué cosa?
-El examen…
-Ah… No… o no me acuerdo, realmente… ¿te has hecho tú exámenes a la cabeza?
-Mmm… sí un par de veces…
-¿Y?
-Y nada… es decir, recuerdo que una vez me dijeron que había un problema con las reacciones… en las zonas del cerebro, me refiero…
-¿Cómo?
-Eso… que daban lo mismo los estímulos, mi cerebro reflejaba siempre una actividad constante…
-¡Espera…! O sea que si en este momento se arranca un tigre o algo, tu cerebro funciona exactamente igual a si estuviera adentro de la jaula…
-Sí, más o menos eso…
-Mmm…. O sea que tú hibernas.
-¿Cómo?
-Así, con eso de las reacciones que me contabas… es decir, es como si hibernaras, solo que despierto… como los osos, o las tortugas…
-¿Hibernan las tortugas?
-Sí… ja… yo tampoco sabía, una vez boté una a la basura pensando que se había muerto… pero luego supe que hibernaban… ¡Ah…! Me acordaba: también hay plantas que hibernan.
-¿Plantas? ¿Y en qué cambian cuando hibernan?
-Parecen muertas… se recogen, y hay algunas que dejan incluso de absorber el agua… oh… me cayó una gota –dijo entonces, mirando al cielo.
-Sí, dijeron que llovería hoy…
-¿Y viniste igual?
-Sí, es que me gusta el agua… la lluvia…
-Ja… a lo mejor eres como mis plantas, hibernas a tu modo y te gusta el agua… a lo mejor tendría que cuidarte…
-Y venderme luego, acuérdate que lo tuyo es un negocio…
-No sé… hay plantas que dejo conmigo, y no las vendo... ¡Mira, ahí viene el leopardo…! Qué raro… justo cuando empieza a llover…
-Hay animales que también le gusta, supongo…
Entonces, ambos volteamos para ver un rato al leopardo, que se acercó hasta la parte donde estábamos nosotros…
-¡Ey…! Pareciera que te conoce… ¿le has dado algo alguna vez…? ¿O será que te ha visto antes?
-No, no sé… a veces pasa… pero ya está lloviendo fuerte, ¿no te molesta la lluvia?
Pero ella no contestó. Y sacó una cámara y tras taparla con una mano, fotografió al leopardo y me mostró la foto.
Luego, me tomó de la mano y comenzó a caminar por un lado opuesto al que se encontraban los caminos para recorrer el cerro donde se ubica el zoo.
-Tengo que cuidarte –me dijo-. Y además conozco un camino secreto para entrar y salir sin pagar las veces que quieras…
-¿Es en serio…?
-Sí, muy en serio –me dijo. Y yo le creí.
II.
Luego de una media hora de caminata y de bajar el cerro por un lugar que desconocía, llegamos a un edificio de departamentos sin estrenar, y, tras meternos a escondidas por un sector sin protección que ella conocía, llegamos hasta el departamento piloto, que permanecía sin llave.
-Adelante –me dijo entonces. Y yo entré.
Se trataba de departamentos de gran tamaño, con dormitorios que consideraban la presencia de varios hijos y un gran espacio interno en el living comedor.
-Es como en el cuento de Ricitos de oro y los tres osos –comenté.
-Sí, pero acá no hay osos… o en una de esas están hibernando –me contestó, risueña.
Luego ella sacó unas galletas de su mochila y como si ya hubiese estado ahí antes llenó de agua un hervidor eléctrico y puso dos tazas sobre la mesa.
-Solo será agua caliente me dijo, pero servirá para el frío, mientras pasa la lluvia -comentó, mientras servía la mesa.
Yo la miraba mientras hacía aquello y todo me parecía tan irreal que lo acepté sin más, igual como las niñas pequeñas cuando jugaban a las tacitas, o tenían unas casitas de muñecas.
-Podrías ir a prender el calefactor del dormitorio –dijo entonces-, o nos va a dar frío cuando nos vayamos a acostar…
-Espera… -dije entonces-, ¿estás hablando en serio?
-¿A qué te refieres?
-A todo… es decir, pasa algo raro aquí… Es decir, el departamento, las cosas, ahora hablas de acostarnos…
-¿Y?
-Qué algo hay que no encaja en todo esto… una cifra que no da…
-Ja… de nuevo con las matemáticas… olvídate de eso…
-Pero…
-Quiero cuidarte, recuerda…
-Pero yo no soy una planta… yo…
-Tú no debes preocuparte, sé por lo que has pasado y por eso estoy acá, yo…
-¿Tú…? Tú no sabes por lo que he pasado, no me vengas con esas cosas…
-Sé todo –me dijo-, y tienes que cuidarte… me encantaría contarte, pero créeme que te asustarías demasiado… necesitas guardarte un tiempo, hibernar en serio… y esconderte…
-¿De qué hablas?
-Alguien te está buscando, y tienes que estar a resguardo… el otro día robaron tus cosas, ¿no?
-Sí, pero fue algo normal, le robaron a varios además, junto a mí… computadores, dinero…
-Pues escucha bien: si quieres seguir creyendo en el mundo en que vives no veas el rostro del hombre en la grabación…
-¿Cómo sabes que está grabado?
-No importa… quedemos en que lo sé, y sé también lo que habías escrito, y que jugaste con cosas que no debieses jugar…
-…
-Toma esto como una salida que te ofrezco… o como una vida tranquila… yo prepararé las comidas, y te atenderé… tú solo debes dormir, y descansar, hasta que te repongas… ¡Mira, si son los niños!
-¿Qué…?
-Los niños, mira, están ahí, en el jardín…
-Esos son adornos de cartón…
-Son lo que quieres que sean, Vian. Y esto es sin duda mejor de lo que se avecina…
Yo entonces la miré directamente a los ojos, y fue de pronto como si una serie de rostros y de edades se superpusieran en ella…
-¿Quién eres? –le dije.
-Puedo ser quien quieras –contestó.
-¿Y si quiero que seas nadie?
-Eso es lo único que no puedes desear. No puedes negar que soy alguien, entiéndelo.
Esto me decía aquella chica que decía llamarse Lisboa mientras afuera la lluvia caía y oscurecía, y yo intentaba entender qué otra salida me quedaba…
-Sé que no he estado bien –le dije finalmente, con los ojos cerrados-, sé que ha habido errores y que me he negado cosas… pero has sido tú misma quien decidió ser nadie, y yo acepté… y no es hibernación lo que necesito, ni cuidados… yo…
-Pero tú serás dañado…
-¡No importa…! Puedo aceptar las pérdidas que vengan…
-Quizá no puedas…
-Puedo –dije tajantemente, y abrí los ojos.
Entonces noté que estaba empapado y que yo estaba tendido a un costado de la jaula del leopardo, que estaba también dormido, a la intemperie, bajo la lluvia.
Lo primero es salir de aquí, me dije.
Y fue lo que hice.
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