jueves, 2 de junio de 2011

¿Vienes por el telescopio?

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“Hay una paradoja yacente en el mismo corazón
de la existencia humana. Debe ser percibida antes
que ninguna felicidad duradera sea posible en el alma
del hombre. La paradoja es ésta: la naturaleza del hombre,
en sí misma, puede hacer poco o nada para resolver
sus problemas más importantes. Si no seguimos más que
nuestras naturalezas, nuestras filosofías, nuestro nivel de ética,
acabaremos en el infierno.”
Thomas Merton.
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I.

Había un viejo que vivía en una casa donde se veía un telescopio. La casa era de dos pisos y el telescopio estaba en un pequeño balcón, como olvidado. El viejo, por cierto, casi siempre estaba sentado en una silla, junto a la puerta de entrada, y se veía casi tan abandonado como el telescopio, con la única diferencia que el viejo se iba a morir algún día y el telescopio no.

Eso pensábamos siempre que pasábamos por el lugar, con un amigo que se llamaba Gabriel y que vivía cerca de ese hombre. Según recuerdo, Gabriel contaba que el viejo tenía cierto parentesco con su familia y que si moría era seguro –o al menos así lo planteaba mi amigo-, que él heredaría el telescopio.

Pero claro, Gabriel murió hace unos meses en un accidente de tránsito –yo no lo veía desde hacía años además-, quizá por eso, cuando el otro día pasé por el lugar, me sorprendió que en el balcón estauviera aún el telescopio, intacto, como si el tiempo no hubiera pasado por él y permaneciese todavía destinado a algún otro, que me imaginé entonces, podía ser yo.

Fue así que, convencido de aquello, llamé a la casa.

-Hola –dije, en cuanto salió una mujer, como de mi misma edad.

-Hola –contestó-. Dime.

Entonces yo inventé que venía buscando familiares de Gabriel, explicando que una vez él me dijo que un hombre mayor que vivía ahí era pariente suyo.

-¿Pero sabes que Gabriel murió, cierto? –me preguntó ella.

-Sí, pero quería saber algo sobre su hermano –mentí-, y recordé que aquí vivían familiares.

Ella me miró entonces con algo que me pareció desconfianza, y nos quedamos en silencio un rato, mirándonos, hasta que ella me descubrió.

-¿Vienes por el telescopio, no es verdad?

-Sí –admití, algo avergonzado.

Y me dejó pasar.


II.

Ella se llamaba F. y era la hija del viejo. Supuestamente siempre había vivido en aquel lugar aunque nosotros nunca la vimos ni supimos de ella.

Me contó que el viejo había muerto hacía más de un año debido a un cáncer al estómago, y que ella era algo así como una prima lejana de Gabriel.

-Pero igual no asistí a su funeral –me confesó.

-Yo tampoco –le dije.

Y así, extrañamente, fuimos entrando en confianza.


III.

Después de vestirnos fuimos a ver el telescopio.

Ella me contó que lo limpiaba y lo usaba casi todas las semanas, y que su padre le había enseñado a desmontar el lente y pulirlo para mejorar la visión.

Y claro, fue entonces que me contó lo del lobo.

-Mi padre veía un lobo –me dijo-.

-…

-Un día me lo contó, hace hartos años… Enfocaba con el telescopio hacia la cordillera y tras buscarlo un poco, me hacía mirar por el lente, y era verdad, había un lobo…

-¿En esta parte de la cordillera?

-Sí, en esta parte, aunque sea extraño… Era un lobo gris, como los clásicos, de las películas… No sé cómo conseguíamos verlo, porque siempre lo enfocábamos como a esta ahora, cuando empieza a hacerse oscuro, y él parecía ubicarse en lugares específicos para que pudiésemos verlo…

-¿Piensas que el lobo quería ser visto?

-Sí. Pero no me hagas explicarlo. Además, si no lo entiendes sin que te le explique, quiere decir que no lo entenderás por más que te lo explique…

-…

-Eso decía mi padre siempre.

-…

-Y mamá lo dejó por eso –agrega F. al final, con una sonrisa.


IV.

F. fue a preparar algo para la once y me dejó un rato con el telescopio. Entonces yo le saqué la funda y apunté a la cordillera, justo antes que se oscureciera totalmente.

Costó regular el lente, pero finalmente logré obtener una imagen nítida, y encontré al lobo.

Era un lobo gris, quizá demasiado grande, si lo comparaba con los escasos árboles que estaban cerca suyo.

Yo lo miré un buen rato y luego intenté ver indicios de otros lobos, cerca de él, pero no vi nada, por supuesto. Era como si el lobo hubiese sido puesto ahí, exclusivamente para ser visto, o como un signo de algo, pero con un significado único. Propio.

Todavía estaba mirándolo cuando volvió F., y me dijo que había preparado unos panqueques, con café.

-Vi al lobo –le dije entonces.

-…

-Estaba en la cordillera, como decías, y miraba hacia acá, como si también me estuviera viendo…

-…

-Lo extraño sin embargo no es el lobo –seguí-. Es decir, es extraño, claro, pero por un momento fue como si sintiese que yo fuera el extraño, o el mundo que estaba fuera de él… lo que él observaba, me refiero…

-Entiendo…

-Es que no sé bien si entiendas, realmente, ni si yo lo entienda… y es que es lo mismo que si miramos directo a las estrellas, o los planetas… sabemos muy poco…

-¿Y si miraras a las personas?

-¿Cómo?

-Que si miras a las personas quizá ocurra lo mismo… el desconocimiento, me refiero, lo poco que sabemos de ellas…

-¿Cómo lo de la luz tardía de los astros?

-Sí, algo así… aunque en el fondo también sucede con las plantas, o con los animales…

-…

-Da lo mismo con qué, siempre vemos luces que ya no existen… pero es una comprensión después de todo…

-¿Comprender lo que no comprendemos?

-Sí… es decir, comprender sumando las incomprensiones, las distancias… los vacíos.

-¿Y eso es comprensión?

-Yo creo que sí –dijo ella, y me acercó una taza de café.

Yo me lo tomé y aspiré el aroma un buen rato, mientras miraba –sin telescopio, esta vez-, en la dirección en que había visto al lobo.

Fue en ese momento que pensé que todo aquel día había sido un sueño. Que yo estaba en realidad en otro sitio. Que Gabriel no murió en un accidente, o que no llamé a la casa del viejo del telescopio… y entonces entendí que si hubiese en realidad algo en todo eso que no fuera verdadero, sería en realidad uno mismo, las palabras de uno mismo…

-No pienses en escabullirte –me interrumpió entonces F.-. Una vez que vez al lobo, ya no puedes darle la espalda.

Y claro, yo la miré y entendí que era cierto.

Luego oscureció. Totalmente, me refiero.

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