“Honni soit qui mal y pense”
Tolstoi, Anna Karenina.
.Tolstoi, Anna Karenina.
No es que el tiempo me sobre, pero como me avisaron que tenía 30 días para dejar el departamento -por razones que ya expliqué en alguna entrada anterior-, he tratado que mi injusta despedida no pase inadvertida.
Con todo, no se trata de hacer más difícil la vida de nadie, sino de incorporar un pequeño elemento que provoque cierta tensión en la rutina diaria de mis vecinos, y en especial del administrador, quien me acaba de realizar una visita de cortesía para aclarar algunos puntos.
-Señor Vian –me dijo apenas abrí la puerta-, necesito hablar con usted.
Yo lo miré y tras pensarlo un poco, decidí dejarlo pasar, y hasta saqué unos libros de una silla, para que pudiera sentarse.
-¿Una cerveza? –le ofrecí.
-No, gracias. Y tampoco necesito que deje los envases vacíos fuera de mi departamento como ha estado haciendo estos días, pues me ha traído más de un inconveniente.
-¿Tiene usted cómo demostrar su acusación?
-No –admitió-, pero no soy tan idiota como usted parece creer…
-La realidad supera a veces a la imaginación –le dije-, es una frase cliché, pero no deja de ser cierta…
Él entonces guardó silencio y empezó a desdoblar un papel que traía en su bolsillo.
-¿Sabe lo que es esto? –preguntó.
-Sí.
Él espero un poco y luego agregó:
-¿Y qué es lo que es?
-Un papel –dije yo, mientras tomaba mi tercera cerveza de la tarde.
-Veo que lo quiere usted hacer difícil… -insistió-. Verá, señor Vian, este es el aviso que usted ha pegado en el ascensor, en la recepción, y hasta en las paredes de cada uno de los pisos, hablando sobre el extravío de dos mascotas… ¿lo recuerda?
-Perfectamente, como el final de Anna Karenina…
-Me alegro, así me ahorraré recordarle su desagradable contenido…
-¿Por qué desagradable?
-¿No le parece desagradable hablar de dos serpientes, mencionar sus peligros, y hasta detenerse en detalles anatómicos que no hacen sino acentuar el grado de repulsión y hasta temor que pueden causar entre los habitantes de este edificio?
-¿A qué se refiere con “detalles anatómicos”?
-A las absurdas descripciones que hace usted… -dijo mientras comenzaba a impacientarse-, como lo de la serpiente que supuestamente tiene pelo en el rostro y que le recordaría a su padre…
-¿Se refiere usted a Delmónico…?
-¡No me interesan los estúpidos nombres que les puso…! Solo quiero que escriba un comunicado desmintiendo la existencia de estas dos serpientes, que bien sabemos que no existen…
-¿Y cómo podría yo demostrar que no existen…? ¿Escribiéndolo simplemente?
-Por supuesto –dijo el administrador, mientras me extendía una hoja en blanco-. Con eso basta.
Yo pensé entonces en la viejita del 203, y me dio pena recordarla temerosa, con una toalla puesta en la parte baja de la puerta, como había visto esta mañana. Así que escribí:
“Yo, Vian, por medio de la presente, y por petición expresa del señor administrador, comunico que Delmónico y Desiderio no deben ser considerados ya como seres existentes, por lo que no es necesario, desde ahora, preocuparse sobre ellos. Con todo, si los ven, les pido no comunicarles sobre su inexistencia pues pueden causarle un trauma del que no podrán recuperarse fácilmente, y desconozco sus posibles reacciones”.
Se lo extendí al administrador. Él lo leyó.
-¿Me está hueveando? –preguntó.
-Decídalo usted mismo –le dije-. Yo sinceramente no tengo tiempo para aclarar sus dudas…
-¡Escúchame hueón! –dijo entonces-. ¡Ya dejé pasar lo de la lavandería, lo de los sobres cambiados en conserjería, las caminatas nocturnas, las performances en el estacionamiento, los preservativos que no sé cómo hiciste para esconder en la cartera de mi esposa…!
-¿Qué preservativos…?
-¡No te hagas el hueón…! ¿O pretendes acaso que dude de mi mujer…?
El administrador siguió entonces enumerando una serie de acciones que supuestamente habría realizado, pero yo me quedé pensando en lo de los preservativos y comenzó a darme pena el administrador, pues sinceramente -esa acción al menos-, no tenía nada que ver conmigo.
Hilé algunas situaciones entonces, y hasta deduje quién era el amante de la mujer, pues ya había visto algunos movimientos extraños con anterioridad, aunque no había pensado mal de aquel asunto…
-¡…y todo esto que no se reduce más que a mierdas infantiles! –concluyó entonces el administrador, dando un pequeño golpe en la mesa.
Yo lo quedé mirando detenidamente y me fijé en unas gotas de sudor que le caían por la frente. Asimismo, presté atención a sus cejas espesas, a su cuerpo rollizo, y me detuve incluso en la ropa de trabajo que parecía algo descuidada… y me dio lástima aquella situación.
Tiene razón, me dieron ganas de decirle, solo son mierdas infantiles… pero casi todo en esta vida son mierdas infantiles… Usted y su trabajo en el banco, la colección de tacitas de la vieja del 203, la obsesión por su auto del tipo del 601, mis clases de gramática, el exagerado relleno de la mujer del 404… ¿y sabe? Súmele incluso el final de Anna Karenina, ya que estamos en eso…
-¿No me va a decir nada? –preguntó entonces el administrador, interrumpiendo mis pensamientos.
Yo me lo pensé un rato, pero al final le dije que no… y que después de todo, quedaban pocos días para que me fuera… y que pensara en eso…
Él me miró y debe haber considerado que ya no valía la pena alargar la discusión. Y se fue tras aclararme algunas cosas respecto al finiquito del contrato de arriendo cuando se trata de una expulsión regulada.
Por último, cuando se fue, me quedé mirando mis libros. Estaban repartidos por la habitación y pensé que ya no podrían ser ordenados, al menos en este lugar.
Luego pensé unas cuantas cosas más, me duché y me acosté… y acostado escribo esto.
“La razón se le ha dado al hombre para librarse del tedio”, recuerdo que le dicen a Anna Karenina en la última parte de la novela…
Pero eso no es cierto. En lo absoluto.
Con todo, no se trata de hacer más difícil la vida de nadie, sino de incorporar un pequeño elemento que provoque cierta tensión en la rutina diaria de mis vecinos, y en especial del administrador, quien me acaba de realizar una visita de cortesía para aclarar algunos puntos.
-Señor Vian –me dijo apenas abrí la puerta-, necesito hablar con usted.
Yo lo miré y tras pensarlo un poco, decidí dejarlo pasar, y hasta saqué unos libros de una silla, para que pudiera sentarse.
-¿Una cerveza? –le ofrecí.
-No, gracias. Y tampoco necesito que deje los envases vacíos fuera de mi departamento como ha estado haciendo estos días, pues me ha traído más de un inconveniente.
-¿Tiene usted cómo demostrar su acusación?
-No –admitió-, pero no soy tan idiota como usted parece creer…
-La realidad supera a veces a la imaginación –le dije-, es una frase cliché, pero no deja de ser cierta…
Él entonces guardó silencio y empezó a desdoblar un papel que traía en su bolsillo.
-¿Sabe lo que es esto? –preguntó.
-Sí.
Él espero un poco y luego agregó:
-¿Y qué es lo que es?
-Un papel –dije yo, mientras tomaba mi tercera cerveza de la tarde.
-Veo que lo quiere usted hacer difícil… -insistió-. Verá, señor Vian, este es el aviso que usted ha pegado en el ascensor, en la recepción, y hasta en las paredes de cada uno de los pisos, hablando sobre el extravío de dos mascotas… ¿lo recuerda?
-Perfectamente, como el final de Anna Karenina…
-Me alegro, así me ahorraré recordarle su desagradable contenido…
-¿Por qué desagradable?
-¿No le parece desagradable hablar de dos serpientes, mencionar sus peligros, y hasta detenerse en detalles anatómicos que no hacen sino acentuar el grado de repulsión y hasta temor que pueden causar entre los habitantes de este edificio?
-¿A qué se refiere con “detalles anatómicos”?
-A las absurdas descripciones que hace usted… -dijo mientras comenzaba a impacientarse-, como lo de la serpiente que supuestamente tiene pelo en el rostro y que le recordaría a su padre…
-¿Se refiere usted a Delmónico…?
-¡No me interesan los estúpidos nombres que les puso…! Solo quiero que escriba un comunicado desmintiendo la existencia de estas dos serpientes, que bien sabemos que no existen…
-¿Y cómo podría yo demostrar que no existen…? ¿Escribiéndolo simplemente?
-Por supuesto –dijo el administrador, mientras me extendía una hoja en blanco-. Con eso basta.
Yo pensé entonces en la viejita del 203, y me dio pena recordarla temerosa, con una toalla puesta en la parte baja de la puerta, como había visto esta mañana. Así que escribí:
“Yo, Vian, por medio de la presente, y por petición expresa del señor administrador, comunico que Delmónico y Desiderio no deben ser considerados ya como seres existentes, por lo que no es necesario, desde ahora, preocuparse sobre ellos. Con todo, si los ven, les pido no comunicarles sobre su inexistencia pues pueden causarle un trauma del que no podrán recuperarse fácilmente, y desconozco sus posibles reacciones”.
Se lo extendí al administrador. Él lo leyó.
-¿Me está hueveando? –preguntó.
-Decídalo usted mismo –le dije-. Yo sinceramente no tengo tiempo para aclarar sus dudas…
-¡Escúchame hueón! –dijo entonces-. ¡Ya dejé pasar lo de la lavandería, lo de los sobres cambiados en conserjería, las caminatas nocturnas, las performances en el estacionamiento, los preservativos que no sé cómo hiciste para esconder en la cartera de mi esposa…!
-¿Qué preservativos…?
-¡No te hagas el hueón…! ¿O pretendes acaso que dude de mi mujer…?
El administrador siguió entonces enumerando una serie de acciones que supuestamente habría realizado, pero yo me quedé pensando en lo de los preservativos y comenzó a darme pena el administrador, pues sinceramente -esa acción al menos-, no tenía nada que ver conmigo.
Hilé algunas situaciones entonces, y hasta deduje quién era el amante de la mujer, pues ya había visto algunos movimientos extraños con anterioridad, aunque no había pensado mal de aquel asunto…
-¡…y todo esto que no se reduce más que a mierdas infantiles! –concluyó entonces el administrador, dando un pequeño golpe en la mesa.
Yo lo quedé mirando detenidamente y me fijé en unas gotas de sudor que le caían por la frente. Asimismo, presté atención a sus cejas espesas, a su cuerpo rollizo, y me detuve incluso en la ropa de trabajo que parecía algo descuidada… y me dio lástima aquella situación.
Tiene razón, me dieron ganas de decirle, solo son mierdas infantiles… pero casi todo en esta vida son mierdas infantiles… Usted y su trabajo en el banco, la colección de tacitas de la vieja del 203, la obsesión por su auto del tipo del 601, mis clases de gramática, el exagerado relleno de la mujer del 404… ¿y sabe? Súmele incluso el final de Anna Karenina, ya que estamos en eso…
-¿No me va a decir nada? –preguntó entonces el administrador, interrumpiendo mis pensamientos.
Yo me lo pensé un rato, pero al final le dije que no… y que después de todo, quedaban pocos días para que me fuera… y que pensara en eso…
Él me miró y debe haber considerado que ya no valía la pena alargar la discusión. Y se fue tras aclararme algunas cosas respecto al finiquito del contrato de arriendo cuando se trata de una expulsión regulada.
Por último, cuando se fue, me quedé mirando mis libros. Estaban repartidos por la habitación y pensé que ya no podrían ser ordenados, al menos en este lugar.
Luego pensé unas cuantas cosas más, me duché y me acosté… y acostado escribo esto.
“La razón se le ha dado al hombre para librarse del tedio”, recuerdo que le dicen a Anna Karenina en la última parte de la novela…
Pero eso no es cierto. En lo absoluto.
Sr. Vian ud si q escribe bonito!
ResponderEliminarMe confieso seguidora asidua aunque no siempre me tomo el tiempo para comentar.
Gracias (toda una visita de cortesía)
ResponderEliminarSe me ocurren varias razones que pueden haber provocado el "finiquito de tu contrato" y tu "expulsión regulada! jejejee...pero claro, "a veces la realidad supera a la imaginación!" jajajajaa
ResponderEliminarUn abrazo.
m...
ResponderEliminarasí que habrá que trasladar el des-orden de la biblioteca a otro lugar,
quizás el traslado sea un buen comienzo.
Yo hago mis preparativos para el viaje, adelanto trabajo, bebo, y duermo poco.
Saludos!