miércoles, 14 de noviembre de 2018

Un cofre.


Cavo en la tierra y encuentro un cofre.

Y dentro del cofre otro cofre.

Ese segundo cofre, sin embargo, al abrirlo, descubro que solo se contiene a sí mismo.

Es decir, dentro del segundo cofre, está el mismo segundo cofre, y al sacarlo quedas con el mismo objeto en tus manos, como si hubieses simplemente, dado vuelta un calcetín.

Como el caso era extraño intenté encontrar a alguien que pudiese explicármelo.

Y viajé entonces a la montaña para encontrar a un hombre sabio.

Doce días viajé hasta que di con el hombre sabio que estaba enterrado hasta la cintura, bajo tierra.

Tras desenterrarlo, le conté del cofre.

Del primero, del segundo y del continuo segundo.

Me dijo que le pasara la situación por escrito porque no tenía ganas de escuchar a nadie.

Yo lo hice.

Entonces él me criticó porque había repetido demasiadas veces la palabra cofre en mi texto.

Yo le dije, sin embargo, que aquello era necesario.

Además resultaba que había varios cofres, y ese era en parte el verdadero problema.

El sabio me dijo que le pasara esa nueva explicación por escrito.

De paso, me señaló que el verdadero problema estaba siempre en otro sitio.

Y yo, entonces, sin esperar respuesta, me fui a buscarlo.

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