Para saber si realmente era el hijo de Dios y
comprobar si la resurrección era o no un hecho en el cual se podía confiar,
ocurrió que Jesús se dio muerte de vez en cuando. Generalmente a solas, sin que
nadie lo viera. Y aproximadamente desde los doce años.
Así, si su padre le preguntaba, Jesús simplemente
le decía que estaba ensayando. Que todo era parte del plan mayor. Que se trataba
simplemente de asegurar el procedimiento final, para que todo saliese perfecto.
Y claro, tras la explicación, su padre guardaba
silencio.
Con todo, no se entienda acá que el darse muerte
era cosa de juego y alegría. Muy por el contrario, la muerte de Jesús –separada
del acto de resurrección que solía ocurrir 72 horas después-, era una muerte
común, con angustias y dolores asociados a cualquier muerte ordinaria.
De esta forma, si hubiese habido fotografías en
aquella época, quizá hasta se hubiese podido montar una exposición con las muchas muertes de Cristo, mostrando cada
una de ellas precedida de una breve reseña, a modo de información
complementaria.
A continuación algunos ejemplos:
Inanición, desierto, 17 años.
Cicuta, cercanías del Jordán, 24 años.
Ahorcamiento, Canaán, 26 años.
Ahora bien, respecto a la resurrección en sí, vale
la pena mencionar que era prácticamente como un despertar cualquiera. Esto, ya
que Jesús no despertaba con ningún dolor particular, salvo los asociados a la
postura en que permaneció muerto, cada vez, durante tres días.
Por último, en cuanto al espectro anímico y/o
espiritual, apenas podemos señalar que el supuesto hijo de Dios nunca supo discernir
si se despertaba más vivo o más muerto.
Y es que la resurrección ha de ser cosa compleja,
después de todo.
No podemos culparlo.
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