Fue una noche en que mis padres
habían discutido cuando papá nos llevó a mí y a mis hermanos a dar una vuelta.
Como estábamos en La Serena, en casa de una tía, no conocíamos para nada el
lugar.
-Es un secreto – nos dijo-, pero
yo puedo llevarlos al país que quieran en cosa de minutos.
-No es cierto –dijimos todos-, no
nos habrías traído acá y estaríamos en un lugar mejor y más grande.
-La verdad lo pensé –continuó
papá-, pero su madre no cree en estas cosas y si uno no cree, no resultan… así
que si uno de ustedes no cree en esto, que diga al tiro o nos echará a perder
el viaje a los demás.
Papá hablaba tan seriamente y
éramos tan pequeños que dejamos de dudar casi de inmediato.
-¿Y?
-¿Y qué?
-¿A dónde quieren ir?
-Al Japón, -dijimos. Buscamos
hacérsela muy difícil desde un inicio.
Papá hizo unos gestos, nos indicó
un camino, sacó una pala para jugar en la playa y junto a una muralla comenzó a
escarbar.
-¿Qué estás haciendo?
-El túnel –dijo-. Hasta la magia
tiene su cuota de técnica y requisitos.
Nosotros nos miramos y comenzamos
a cavar. La tierra estaba blanda y avanzamos rápidamente.
-¡Ya está! –dijo papá. Nos
limpiamos. Papá guardó la pala en la chaqueta con cuidado y pasó primero.
Nosotros lo seguimos.
-No deben abrir los ojos hasta
que los tres hayan pasado. Solo háganse a un lado y confíen en mí.
Cuando abrimos los ojos no
podíamos creer lo que estábamos viendo. Frente a nosotros había un típico
puente japonés de madera desde el cual papá nos miraba. Fuimos juntos por un
sendero junto a un lago con numerosos peces de colores y algunas aves que
dormían junto al agua. También pasamos por alguna pequeña construcción de
madera y algunas piedras grabadas con letras japonesas.
Lo único que nos inquietó, según
recuerdo, fue que en Japón fuera también de noche, pues siempre nos habían
dicho lo contrario.
-Quise traerlos de noche para que
no nos topáramos con nadie –explicó papá.
Luego de recorrer el lugar papá
nos llevó de nuevo a la muralla, nos hizo cerrar los ojos y atravesarla
nuevamente. Recuerdo que esa noche casi no pude dormir de lo acelerado que
tenía el corazón. Además papá nos había prohibido el comentar sus poderes con
los otros, sobre todo con mamá. Decía que ella debía aprender a creer por sí
sola.
Pasaron los años. Crecimos.
Nuestros padres se separaron. Mamá decía que papá era un soñador y que un día
entenderíamos. Por ese entonces volvimos a ir a La Serena. No veíamos a papá
desde hace meses y decidimos contarle a mamá lo de nuestro viaje a Japón. Mamá
se enojó mucho. Nos llevó a la mañana siguiente a las afueras de un jardín
japonés que estaba ahí cerca, pero no quisimos entrar.
Por la noche decidimos ir a
escondidas de mamá a ver si encontrábamos la muralla y el túnel de papá. No sé
realmente si encontramos el lugar correcto, pero cavamos largo rato y apenas
hicimos un pequeño hueco. Yo fui el último en cruzar, o en intentar cruzar. Me
quedé atrapado a la altura de la cintura y ya no pude moverme.
Mamá me encontró en la mañana.
Sentía su voz desde La Serena, pero mis ojos contemplaban el Japón. Tuvieron
que venir a sacarme un guardia y hasta dos bomberos. Cuando pregunté por los
otros, mamá me hizo callar. Les dijo a los bomberos que yo me inventaba
hermanos porque siempre había estado sola, que papá me había criado como un
niño y yo me creía tal. Yo seguía con la mitad de mi cuerpo en un mundo y la
otra mitad en otro. Entonces me aferré al suelo y ya no quise salir. Tan fuerte
me tiraron que creo salí disparado en las dos direcciones. Para mamá soy su
niña consentida y regalona, pero yo realmente me quedé en el Japón. A veces
papá viene de noche y me ofrece llevar a otro lugar, pero yo solo adoro este.
Suelo dormir junto al lago o sobre el puente, oyendo el agua. Papá me acaricia
el pelo mientras duermo. Mamá también lo hace en otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario