domingo, 13 de abril de 2014

No lo tomes como lo toma todo el mundo.


Yo tenía pocos años y ella quería darme una lección. Una lección y además quería demostrar que era muy sabia. Eso quería aunque yo creo que no lo era. Lo que pasa es que le gustaba corregirme y decía que era para mejor. Que yo ordenaba raro las palabras y que internamente hasta me hacía un lío. Y que por eso era muy serio, me decía. Yo la escuchaba simplemente porque tenía bellos ojos. Atractivos, me refiero. Grandes y verde oscuro. Verdes con negro, creo. Ya ni me acuerdo. Pero me caía mal, aunque me gustara. Entonces, para darme un ejemplo me contó de una historia de ella con sus padres. Una historia de cuando ella tenía mi edad. O sea la edad que yo tenía cuando ella me contó la historia. Un ejemplo y una lección me quería dar, esa vez. Y hacerse la sabia, de paso. La historia era de ella y su papá dibujando. Ella dijo que él hacía caricaturas de su madre (de la mamá de ella). Era como un secreto entre los dos. El secreto era que el padre dibujaba a la madre de una forma cómica. Con cuerpo de animal, por ejemplo, o de objeto. Un chancho, un perro, una sartén, por nombrar algunos, con la cara de la madre. Entonces ellos se reían y miraban a escondidas los dibujos, sin decirle a la madre, claro, quien casi siempre estaba en la cocina y los miraba sin sospechar que se reían de ella. Fue así por años hasta que un día la madre logró encontrar los dibujos. El padre los guardaba en un rincón secreto que solo compartía con su hija (la que me quería dar la lección, la de los ojos verde oscuro). Entonces la madre los encontró y lloró y hasta echó al papá de la casa. O sea, lo echó o al menos eso entendió la que me quería dar una lección, cuando era chica. Era más fácil así, dijo ella. Entonces volvió a hablar sobre mí y mi seriedad y dijo que no debía tomarme las cosas como se las toma todo el mundo. Que ella se equivocó en lo mismo. Recuerdo que cuando lo dijo me miró con sus grandes ojos verdes y yo agaché la vista y fue peor porque le miré las tetas. El punto es que entonces ella alargó más la historia y dijo que una vez, años después, ya adulta, había encontrado a su mamá a escondida mirando los dibujos que de ella hiciera su papá. Los miraba a escondidas, me contó, y luego me preguntó que qué creía yo que sentía la madre, cuando los veía. Yo ni lo pensé y recuerdo que contesté que su mamá sentía pena. Pena y rabia porque el papá había sido cruel con los dibujos. Eso le dije. Ella me miró y me dijo que sí, que ella pensó lo mismo en ese entonces, cuando tenía mi edad (mi edad en ese momento, cuando me contaba la historia). Pero que lo cierto es que su mamá se estaba riendo. Entonces ella se quedó callada haciéndose la sabia y yo no entendí la lección, pero no se lo dije. Tampoco te tomes esta historia como se la toma todo el mundo, agregó. Y me abrazó. Yo lloré un poco porque pensé que era eso lo que había que hacer y además porque así no me preguntaba qué había entendido de la historia. Esa vez, también, ella me besó en los labios. Un beso corto, por supuesto, nada más. Y es que ella (la que me contó la historia) debe haber tenido entonces poco más de treinta años y yo apenas unos diez, según recuerdo, quizá menos. Hoy me gusta recordarla y recordar su historia igualito como en aquel entonces. Ordenando extraño las palabras y sin dejar de pensar en sus oscuros ojos verdes, me refiero. Creo que ayer perdió su casa, en Valparaíso. Espero que esté bien.

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