Compro un raspe y no lo raspo.
Ya es casi tradición.
Hago lo mismo desde que estudiaba en la escuela.
Con todo, no lo planifico.
Simplemente voy hasta una agencia de juegos de azar y escojo un par.
Un par de raspes, claro.
A veces el dependiente me desea suerte.
No la necesito, le digo.
Y me guardo los raspes.
La última vez, en casa, descubrí que tengo cerca de cuatro mil
doscientos.
Los guardo en cajas de zapatos y hasta unos pocos los uso como
marcadores de libro.
Con todo, no se trata de una colección, pues la gran mayoría está
repetido y no me fijo en los diseños.
Y es que simplemente los compro, no los raspo y los guardo.
Por probabilidad estadística, es probable que al menos mil de ellos
tengan algún tipo de premio.
Un premio que rechazo, por cierto.
Premios que no me interesan.
Y es que de cierta forma, siento que no soy quién para rasparlos.
Es una situación estúpida, lo reconozco, pero me da una especie de
pudor buscar en ellos.
Buscar y desecharlos si no hay nada, me refiero.
Quizá por eso, es que los compro y prefiero tenerlos yo.
Salvaguardarlos casi de otras multitudes que los transformarán hasta en
la moneda más mínima.
¡Qué desperdicio…!
A veces, incluso, camino con algunos raspes en los bolsillos en medio
de la multitud.
Lo imagino diciéndome ¿ Para qué ? Qué saco con rasparlos y ganar un premio tan pequeño, aún no sé por qué me lo diría...
ResponderEliminarSí... ese no es el premio que quiero. Cuidate y que estés bien, Benja. Nada de andar raspando todo lo que se ve porque el valor se descubre de otra forma. Cuidate harto y gracias por visitar. (No le pongo tilde a cuidate porque me molesta que lleve en la i,..)
ResponderEliminar