martes, 1 de abril de 2014

Compro un raspe y no lo raspo.



Compro un raspe y no lo raspo.

Ya es casi tradición.

Hago lo mismo desde que estudiaba en la escuela.

Con todo, no lo planifico.

Simplemente voy hasta una agencia de juegos de azar y escojo un par.

Un par de raspes, claro.

A veces el dependiente me desea suerte.

No la necesito, le digo.

Y me guardo los raspes.

La última vez, en casa, descubrí que tengo cerca de cuatro mil doscientos.

Los guardo en cajas de zapatos y hasta unos pocos los uso como marcadores de libro.

Con todo, no se trata de una colección, pues la gran mayoría está repetido y no me fijo en los diseños.

Y es que simplemente los compro, no los raspo y los guardo.

Por probabilidad estadística, es probable que al menos mil de ellos tengan algún tipo de premio.

Un premio que rechazo, por cierto.

Premios que no me interesan.

Y es que de cierta forma, siento que no soy quién para rasparlos.

Es una situación estúpida, lo reconozco, pero me da una especie de pudor buscar en ellos.

Buscar y desecharlos si no hay nada, me refiero.

Quizá por eso, es que los compro y prefiero tenerlos yo.

Salvaguardarlos casi de otras multitudes que los transformarán hasta en la moneda más mínima.

¡Qué desperdicio…!

A veces, incluso, camino con algunos raspes en los bolsillos en medio de la multitud.

2 comentarios:

  1. Lo imagino diciéndome ¿ Para qué ? Qué saco con rasparlos y ganar un premio tan pequeño, aún no sé por qué me lo diría...

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  2. Sí... ese no es el premio que quiero. Cuidate y que estés bien, Benja. Nada de andar raspando todo lo que se ve porque el valor se descubre de otra forma. Cuidate harto y gracias por visitar. (No le pongo tilde a cuidate porque me molesta que lleve en la i,..)

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