domingo, 4 de junio de 2017

Dos vasos con agua.


Serví exactamente hasta la mitad dos vasos con agua.

Luego de hacerlo los puse sobre una mesa, que está en el patio.

Asigné entonces un vaso para Dios y otro para el Diablo.

Dibujé una cruz en el vaso de uno y una cruz invertida en el vaso del otro.

Entonces los llamé.

Por largo rato los llamé, pero ninguna acudía a su cita con mis vasos.

Tras horas de intentos llegó -quién sabe si en representación de alguno-, un gato.

Se acercó a ambos vasos, pero no bebió.

Luego se tendió a dormir, sobre la mesa.

Yo lo miraba a cierta distancia, para no interrumpir el experimento.

Además, como les decía, yo estaba esperando que llegase Dios o que llegase el Diablo, y quería sorprenderlos.

Pasaron así un par de horas.

Ninguno de los invitados llegó, por supuesto.

Debido a esto, fui yo mismo quien, finalmente, se bebió el agua de esos vasos.

Al acercarme a hacerlo, sin embargo, el gato se despertó y se mostró agresivo.

Ante esto, intenté calmarlo, pero recibí, en cambio, un profundo rasguño en una de mis manos.

Y claro, fue recién entonces que bebí el agua de ambos vasos.

El agua de uno de ellos, por cierto, tenía un leve sabor a maracuyá.

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