lunes, 5 de junio de 2017

El balcón de la tía Margarita.


Me habían contado que ese era el balcón del que se cayó la tía Margarita.

Aunque al parecer, luego del accidente, le habían hecho algunos cambios.

No nos dejaban subir, por cierto, cuando íbamos, pero yo solía arrancarme mientras los otros conversaban en el comedor.

Subía en silencio y mentía diciendo que iba a leer un rato.

Era como otra casa el segundo piso.

Tenía otro olor y hasta una serie de objetos que no hubiesen tenido alguna utilidad en el primer piso.

Pipas  cascabeles, un reloj de arena algo deteriorado y hasta un catalejo de metal.

En el cuarto desde el que se accedía al balcón había un retrato de la tía Margarita.

Tengo entendido que después de caerse estuvo viva como dos semanas, en el hospital.

Luego volvió a casa y murió a los pocos días, pero nadie cuenta cómo.

Tal vez por eso es que uno estaba atraído con aquel lugar.

Y claro, en especial con el balcón de la tía Margarita.

Fue en esas visitas que, estando en el balcón, comencé a comprender que la tía no se había caído, accidentalmente.

Por lo demás, había ciertos gestos, en el retrato, que indicaban que tenía razón.

O en ese entonces estaba seguro de ello, al menos.

Quizá por eso fue que acostumbré a pararme en el borde del balcón, para despertar cierta sensación dormida.

La última vez que visité el lugar me encontraron en el balcón y decidieron cerrar aquel cuarto de forma definitiva.

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