Para evitar que llorásemos de pequeños, mamá nos dijo
que eso que salía de nuestras heridas no era sangre, sino otro fluido igual de
rojo, pero menos importante que la sangre.
-No te asustes, que eso no es sangre… –recuerdo que
decía mientras nos limpiaba, un poco brusca.
Los tres hermanos le creímos, con cinco años de
diferencia cada uno, aunque la mentira
siempre fue la misma.
-Si fuese sangre dolería más… -nos decía-. Fíjate…
¿te duele tanto, acaso…?
Y claro, uno se concentraba un poco en sentir el
dolor y descubríamos entonces que era algo soportable… y nos tranquilizábamos
un poco.
No recuerdo ahora el nombre exacto con el que
nombrábamos la sangre, pero debe haber sido algo ridículo, pues ya de grandes
nos avergonzábamos incluso de contar aquel engaño.
Así, fueron pasando cortes, heridas y sangrado de
nariz, sin que nos pareciesen en realidad cuestiones de seriedad… hasta que sin
darnos cuenta comenzamos a llamar aquello con su verdadero nombre.
En mi caso, sin embargo, recuerdo el momento exacto
en que me di cuenta que todo era engaño.
Me había hecho un corte en la mano con un vidrio y
la sangre salía impulsada con gran fuerza.
Entonces, recuerdo que pensé que la sangre era
impulsada gracias a que el corazón la bombeaba –lo debo haber aprendido justo
en esa época-, y llegué a la concusión que la única manera de que eso no fuese
sangre, era que tuviésemos, además, un segundo corazón.
Y claro, se lo pregunté a mi madre… y luego confirmé
con mis propios latidos.
Siempre había sido sangre, me dije. Y no me pareció
tan extraño, después de todo.
Y es que con el tiempo, me ha tocado ver cómo esta
idea de la segunda sangre es un método común incluso en gente adulta y aparentemente
sensata.
No importa si se usa para negar que algo fue realmente amor, o si aquellos que se
alejaron eran verdaderamente amigos…
lo importante parece ser no reconocer que perdemos algo importante, y restarle
valor al dolor que nos aqueja.
Así, supongo, se hace más fácil seguir adelante sin
poner en juego nuestra verdadera sangre, nuestro verdadero corazón… y nuestra
verdadera vida.
Una bella hipocresía, sin duda.
Nada más.
¿En qué punto la mentira piadosa se transforma en peligrosa hipocresía?...para meditar...
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