-Fue un día en este mismo bar –me dijo-, había
bebido más de la cuenta y buscaba mi chaqueta. Era parte de la rutina, claro,
nada especial… pero fue al momento de encontrarla cuando tuve una revelación.
-¿Una revelación? –pregunté.
-Sí, una revelación –afirmó-. Y es que al tomar mi
chaqueta, revisar sus bolsillos, y pensar en la casa, en la familia… comprendí
de pronto que nada de eso que yo sentía mío, realmente me pertenecía. O no por
siempre, al menos… ni siquiera los objetos más pequeños, más simples… es decir,
comprendí que se trataba de una situación momentánea… y que todo me sería
arrebatado, en algún momento...
-¿Arrebatado…? ¿Se refiere a que lo robarían…?
-No. No sería un robo –me dijo-. Simplemente me
despojarían de lo que creía mío… y justamente porque lo creía mío… para sacarme
de un error, quizá… o eso pensé.
El hombre toma otro trago y juega con un cenicero vacío
que esta sobre la mesa.
Yo pedí otra cerveza.
-Pensar es penoso, sabes… -continuó-. Yo prefiero
hablar, o hasta leer, para no pensar… Pensar es siempre más triste… más intimo
y mas sin sentido… por eso esa vez decidí yo mismo tomar el toro por las astas.
Y actué.
-¿Qué fue lo que hizo?
-Perdí todo… yo mismo –señaló-. Voluntariamente, me
refiero… Mi chaqueta, mi dinero, mi casa, mi familia…
-¿A qué se refiere con perderlo?
-Perderlo… cortar el vínculo que esas cosas tenían
conmigo… hacerlo irremediable…
-No entiendo.
-Mejor que no entiendas. Nadie entiende, además.
Todos tratan de no perder lo que tienen… aunque lo pierden igual, claro. Yo en
cambio lo perdí voluntariamente antes que me lo arrebataran.
-¿Tenía usted miedo a que eso sucediera? –pregunté.
-No… no era miedo. No soy de los que tienen miedo
ante lo inevitable, si no también me habría matado al entender que iba a morir,
algún día…
-¿Y entonces por qué lo hizo?
-Un poco por ellos, por las cosas… y por mí mismo –señaló-.
No me hagas explicártelo… además tú tienes pinta de los que ya han perdido…
puedes entender, si lo intentas.
-¿Pero le dolió perderlo todo…?
-Claro que sí… ese no es el punto… no lo hice por
comodidad.
-Pero…
-No sigas –interrumpió-. Si prefieres piensa que
fui cobarde, pero yo sé que eso no es cierto… ¿me puedes invitar un último
trago?
Yo conté mi dinero y calculé que sí, me alcanzaba
para uno más.
Afuera comenzaba a llover.
-Me tengo que ir –le dije.
El hombre se despidió y luego me llamó, cuando salía
del lugar.
-Se le queda su chaqueta –gritó.
Pero yo me fui, sin mirar atrás.
Frialdad. A veces nos convertimos en hielo por propia voluntad. Otras es provocado por nuestros propios actos. Yo tampoco hubiera vuelto a por la chaqueta.
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