martes, 16 de octubre de 2012

Dos hombres con dos palas.


El hombre fue programado por Dios para resolver problemas.
Pero comenzó a crearlos en vez de resolverlos.
La máquina fue programada por el hombre para resolver
los problemas que él creó.
Pero ella, la máquina, está comenzando también a crear problemas
que desorientan y tragan al hombre.
La máquina continúa creciendo. Está enorme.
A punto tal de que tal vez el hombre deje de ser
una organización humana”.
C.L.


Dos hombres con dos palas.

Dos meses.

Los hombres cavan y encuentran la máquina.

Debiesen sorprenderse, pero algo en ellos sabía desde antes.

Todos los hombres saben desde antes.

Pero claro, nada se recuerda en la superficie.

Ahora la máquina está ahí.

Es decir, parte de la máquina.

Yo soy uno de esos hombres.

Estamos agotados.

Cansados.

No sabemos para qué sirve la máquina.

Pero aunque no sirviera.

Es parte de nuestro hogar.

Existe.

Eso basta.

Eso debiese conformarnos.

No hacer escándalos, me refiero.

No exagerar.

No forzar la comprensión, cuando no llega.

Y es que eso es, en parte, lo que podemos aprender de una máquina.

Poco importa el funcionamiento, el origen o el para qué.

Lo importante es que no es, quizá, para nosotros.

Nada es para nosotros.

Eso también lo sabemos desde antes.

Entonces observo al otro hombre.

Está de espaldas.

Sin  mediar palabra una pala golpea su cráneo.

El hombre cae al piso.

Junto a la máquina.

Los golpes de la pala contra el cráneo suenan secos.

Comienza a hacer calor en estas fechas.

Pero siempre hace calor por estas fechas.

Arrastro al hombre y lo coloco sobre la máquina.

Comienzo a llenar la excavación.

Nadie debe ver la máquina, me digo.

Existe.

Eso basta.

Todos saben eso desde antes.

Dos meses, o dos vidas, para que las cosas cambien.

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