jueves, 21 de abril de 2022

Se quitó los zapatos.


Se quitó los zapatos.

Y se los puso.

Uno, por supuesto, en cada pie.

Se parecían por fuera, los zapatos.

Tanto así que yo pensaba incluso
que daba lo mismo cualquiera.

Así pasaba el tiempo.

Mientras tanto,
seguía quitándose los zapatos.

Y, por supuesto, se los volvía a poner.

Fue por ese entonces
(no sé decir cuándo)
que me fijé que no eran iguales
los zapatos.

Lo que me llevó a concluir, posteriormente,
que no debían de ser iguales,
tampoco,
los pies.

Así pasaba el tiempo.

Yo observaba y a veces comprendía cosas.

Por ejemplo:
descubrí que envejecían y se gastaban
los zapatos.

Y hasta me di cuenta entonces,
que también envejecían los pies.

Así y todo,
no fue hasta años después
que miré por primera vez los míos.

Que miré mis pies, me refiero.

Fuera de mí, en tanti,
seguía observando lo de siempre.

Y lo de siempre era que se quitaba los zapatos
y se los volvía a poner.

Poco más varió, con el tiempo.

Poco salvo el periodo en que los zapatos,
dejaron de estar, efectivamente,
cubriendo los pies.

A veces, incluso, 
observé que alguien ayudaba a ponérselos.

Y me percaté también
que los mismos pies cabían apenas
en los mismos zapatos.

Así, finalmente,
cuando le pusieron los zapatos por última vez,
confieso que hasta me dio
un poco de alegría.

No por los pies, por supuesto,
sino por los zapatos.

Y porque comprendí de cierta forma
que la comprensión y la alegría
coinciden aun
en las peores circunstancias.

Sobre todo en ellas, incluso,
me gustaría agregar,

antes de dormir.

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