sábado, 2 de abril de 2022

Una calle que no sirve.


I.

No es solo una calle sin salida.

Es más bien una calle que no sirve.

No porque no lleve a ningún sitio
pues incluso no ir a ninguno,
bajo ciertas circunstancias,
podría llegar a servir de algo…

No sirve porque sales de ella
exactamente igual a como en ella entraste.

Apenas -tal vez-,
con un desgaste ínfimo en la suela de los zapatos.

Con ese desgaste, digamos,
y con unos latidos menos,
en el cuerpo.

Nada más, se los aseguro.

Esa es la calle que no sirve.


II.

Así y todo,
debo confesar que entro a esa calle
de vez en cuando.

Me doy unas vueltas,
observo las murallas
y salgo luego del lugar.

A veces intento pensar cuando estoy dentro,
pero ocurre que ni eso puede hacerse
en aquel sitio.

Solo llegas hasta el fondo y regresas,
siendo el mismo.

Ni siquiera eres consciente de que respiras
cuando están en la calle que no sirve.

Eso es lo que debía confesar.


III.

No es solo una calle sin salida, decía.

Es más bien una calle que no sirve.

Un órgano que no funciona en el cuerpo de la ciudad.

Un espacio para huir del cambio,
de la consciencia de uno mismo
y hasta de todas aquellas presiones que obligan
a que nuestros pasos nos lleven a algún sitio.

Principio y fin, digamos,
escritos siempre con las mismas palabras.

Eso es todo.

Y no digamos más.

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