miércoles, 13 de abril de 2022

Fósforos.


Coleccionaba fósforos.

No cajas, como hacen algunos, sino los fósforos mismos.

Fósforos sin uso, por cierto.

Con distintas medidas.

Con distintos colores, incluso.

Respecto a la cantidad, fue siempre riguroso.

Doscientas unidades de cada uno.

Cada uno de esos grupos estaba dentro de una caja de plástico transparente.

De esta forma, llegó a juntar unas 600 cajas con 200 fósforos cada una.

612, creo que era el número exacto, que él me dijo, cuando las observé.

Y es que dejaba que entrevieras los fósforos, si lo llegabas a conocer un poco.

Te dejaba entreverlos en sus cajas, me refiero, pero no que los tocaras.

Dejando de lado esta colección -y su pequeña obsesión con ella-, podríamos decir que se trataba de un tipo como cualquier otro.

Con una esposa, dos hijos y un trabajo relativamente estable.

Dueño de un auto y una casa que pagaba en cuotas, mes a mes.

-No escribas dueño -me advirtió de pronto cuando vio escrita la línea previa-. La verdad es que no soy dueño de nada.

Yo me detuve y lo observé.

-No tengo nada -volvió a señalar-. No tengo nada, salvo los fósforos.

-Igual es más de lo que tiene la mayoría -le dije, para darle ánimos.

Pero él, lamentablemente, no se animó.

Por el contrario, fue poco después de ese cruce palabras que él… bueno, ya saben… hizo lo que hizo.

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