viernes, 18 de marzo de 2022

Una quemadura en el rostro.


I.

Tenía una quemadura en el rostro.

Bromeaba diciendo que se la había hecho un dragón.

O tal vez ni siquiera bromeaba.

Después de todo uno, solo escucha palabras y ve un rostro con quemaduras.

Y supone -en primera instancia, al menos-, que es un invento lo de aquel dragón.

Además, luego de un rato, nadie insiste sobre aquello

Sobre el dragón, me refiero.

Y es que entonces ni siquiera lo imaginas, simplemente lo desechas.

Un dragón, te dices, pero piensas en realidad en otra cosa.

En el rostro, tal vez.

O en la quemadura.

Nada -absolutamente nada-, más allá.


II.

Ella habla orgullosa sobre varios temas.

Pasa de uno a otro sin que siquiera te des cuenta.

Su manejo es tal que olvidas incluso la quemadura de su rostro.

Tanto así que te explicas, con ello,
por qué esa quemadura está justamente en aquel lugar.

Y es que ella dice que prefiere esas huellas ahí,
en vez de encontrarlas en su espalda.

Haber dado la cara en vez de haber huido, de aquel dragón.

Y claro… no puedo sino darle la razón, cuando escucho sus palabras.

Después de todo -exista o no-, un dragón es sin duda una cosa de temer.

Tal vez incluso, sin saberlo, tengamos cicatrices en la espalda.

Y no volteemos porque al hacerlo,
veremos de pronto el camino que no andamos.

Y que debimos seguir.

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