miércoles, 9 de marzo de 2022

Un hotel de habitaciones tristes.


I.

Decían que era un hotel de habitaciones tristes.

No por lo escaso del mobiliario (que lo era).

Tampoco por los desgastados colores, ni por la ausencia de música ambiente ni por las no muy aceptables condiciones del servicio…

Y es que esas cosas daban pena, es cierto, pero la tristeza de las habitaciones era de otra naturaleza.

Simplemente tenía habitaciones tristes, digamos, para resumir.

Y eso era algo que todos sabían.

Con eso bastaba.


II.

Así y todo, en ocasiones, alguien intentaba buscar el origen de esa tristeza.

Como si pudiese esta provenir de una historia previa, relacionada tal vez con alguna maldición o hasta una posible alma en pena.

Por supuesto, esos intentos de buscar su origen fracasaban rotundamente.

Tristemente, incluso, podríamos decir.

Y es que la tristeza de aquellas habitaciones era tan cierta como inexplicable.

Tan verdadera, digamos, como toda tristeza verdadera.

Con la única diferencia que aquí esta tristeza era más concreta.

No solo podías sentirla, me refiero, o mirarla de frente, en el espejo.

En esas habitaciones podías habitarla… y hasta cobijarte en ella.

Y claro: entonces la comprendes de otra forma.


III.

Lo principal de esta nueva forma de comprender la tristeza es saber que no es parte esencial tuya.

Que está fuera de ti y que eres tú, en cambio, quien estas de cierta forma dentro de ella.

No atrapado, por lo demás, sino de paso.

De paso y solo por el tiempo en que decidas -o necesites- alojarte en las habitaciones del hotel.

Tú sabrás si vuelves o te quedas o qué decides hacer con todo aquello.

Con eso basta.

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