martes, 8 de marzo de 2022

En lo absoluto.


El cura de ese pueblo tenía un ave que, decían, sabía hablar. Según contaban, era un ave extraña, producto del cruce entre un cuervo y un loro.

En lo personal, sin embargo, cuando la vi, no me pareció del todo un ave extraña, si no más bien un loro típico, aunque con un manchón de plumas negras, en el lomo.

Con todo, no la escuché hablar mucho, sino más bien repetir, en varias ocasiones, una misma palabra:

-¡Sodoma…! ¡Sodoma…!

Luego de esto, el cura reprendía al ave, y se producía entre ellos algo similar a una rutina humorística, en la que el ave decía ¡Sodoma…! ¡Sodoma…! Y luego el cura la reprendía, amenazándola con una vida eterna en el infierno de las aves, si seguía jugando con aquella palabra, antes de perseguirla por unos segundos en la habitación, hasta que el ave, por sí sola, volvía a ingresar a la jaula de la que se había escapado.

-Disculpa al ave -se excusaba el cura-, no le prestes atención. Sabe que me molesta que diga eso y se pone a repetirlo siempre que me ve, como si quisiese hacerme pasar un momento.

Con el tiempo -como generalmente creces, dejas de creer y te alejas de ese tipo de sitios-, no supe mucho más de aquel cura.

Solo cuando parte de la iglesia se quemó, hubo comentarios referentes a que habían enviado al cura a una parroquia en una comuna vecina.

Los bomberos dijeron esa vez que tuvimos suerte de no quemarnos todos, pues los materiales de las casas, en este sector, son altamente inflamables.

Del ave, por cierto, no volví a saber en lo absoluto.

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