jueves, 11 de abril de 2019

Un paisaje, en la ciudad.


Un viejo llega a una plaza, con una bolsa llena de migas.

Una estudiante lee en su celular un resumen de Madame Bovary.

Un guardia saca en brazos a un perro desde la estación de metro en que trabaja.

Un niño pide en un almacén un kilo de pan y dos ampolletas.

Una mujer se desespera llamando un taxi pues va atrasada a su trabajo.

Entonces el sol termina de salir y la luz confunde por un instante a los transeúntes.

Solo un instante, claro.

Nada importante debe haber pasado.

Solo una luz que encandiló por un momento, el paisaje en la ciudad.

Yo mismo, me veo obligado a pestañar varias veces, antes de continuar este escrito.

Todo sigue, sin embargo, más o menos igual.

El guardia ha vuelto a la estación y observa ahora a una mujer, que lleva un niño de la mano.

La estudiante busca otro resumen, pues no logra entender por qué se suicida, madame Bovary.

El niño camina con la compra, mientras piensa en la fragilidad de las ampolletas.

La mujer llama a su trabajo para avisar que llegará unos minutos tarde.

Y el viejo abandona la plaza con su bolsa llena de migas, porque no encontró palomas.

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