sábado, 6 de abril de 2019

Una mancha en la superficie.

Siempre he imaginado que mi corazón tiene una mancha. En su superficie digamos, como la cabeza de Gorbachov. Puede sonar extraño, pero pienso que sería hermoso que así fuera. Tener una mancha propia, me refiero. Una mancha única. Una forma secreta hasta para tus propios ojos. Y claro: vivir con esa mancha. Saber que existe sin necesidad de pruebas. Sin necesidad de analizar su forma y buscarle algún significado o interpretación. Una mancha con un lenguaje propio entonces. Que te dice algo con su sola presencia. Una mancha en la cual puedas creer como en la existencia de un dios. Uno pequeño, silencioso… sin poderes ni trucos, pero invariablemente presente. Qué hermoso deber ser creer en esa mancha sin dudarlo. Porque yo la imagino, es cierto, pero no puedo evitar ponerla en duda. Y es que en ámbito de las certezas, debo confesar que soy profundamente torpe. Me cuesta sentir y estar seguro. Y para qué decir pensar y estar seguro... Qué hermoso seria que algún día alguien se sorprendiera al encontrar en mi cuerpo esa anomalía y yo ya saber que existía.  Haberlo sabido, me refiero. Haber confiado en ello y de pronto comprobarlo. Sin embargo, creo que si alguien descubre en mi corazón esa mancha y yo no he tenido la fe suficiente para estar seguro de su existencia, la hermosura no será tal y probablemente se transforme en una sensación amarga. ¡Qué difícil el acceso a la fe…! ¡Qué suerte la de Gorbachov…! ¡Y qué bendición la de aquellos para quienes es posible acceder a aquella sin reparos…!

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