martes, 2 de abril de 2019

Una enredadera que creciera por un muro.

“Duerme, duerme...
Deja para mañana el temor
por lo que pueda caer del cielo”
D. W.

Planté una enredadera para que creciera por un muro.

No quería ver el muro.

Cuidé la enredadera y seguí todo tipo de instrucciones.

Pero la enredadera creció en la dirección que quiso.

Entonces, ante mi frustración, un conocido me habló de un jardinero.

Resultó ser un anciano, moreno, que llegó con un bolso de trabajo y un libro de Derek Walcott.

Lo hice pasar y le mostré la enredadera, mientras le explicaba que ella se había negado a subir por el muro.

Él observó todo, con calma y hasta olió la tierra en la que estaban las raíces de la enredadera.

Su problema no es la enredadera, me dijo, con un acento extraño.

Su problema es el muro.

No asentí, pero supongo que no pude ocultar que su apreciación era cierta.

Entonces el hombre me miró como esperando a que yo diera el primer paso.

Como no lo hacía, me tendió unos guantes.

Sacó entonces dos pesadas herramientas y me entregó una de ellas.

Luego sonrió.

Pensé por un momento en los vecinos, pero luego fui yo mismo quien dio el primer golpe.

Derribamos así el muro y en vez de los gritos de los vecinos, vi de pronto venir hacia nosotros una especie de luz.

Y la luz era amable y clara como solo puede serlo la luz que está al otro lado de un muro.

Y esa nueva luz se esparció entonces sobre el día, despojándolo de sombras.

Y la enredadera se veía hermosa, bajo esa luz.

Igual que nosotros.

Igual que la tierra.

E igual que el libro de Derek Walcott.

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