domingo, 31 de julio de 2022

No quieres qué.


Lees a Tezuka. Fénix, por ejemplo. Y avanzas. Desde ambos extremos avanzas. Delimitas poco a poco. Enfocas. Te acercas a tu época. A ti mismo. Cuestionas, por supuesto, la caricatura. Matizas. Desconfías de la inocencia y del humor que no recoges. Pero te acercas de todas formas. Lo suficiente para darte cuenta, al menos. Para entender el proceso. Para quedar a pocos pasos. Para apreciar el centro. Eso es lo que ocurre. Si no llegas, finalmente, es porque no quieres.


Es más. Supongamos que no lees a Tezuka. O no lees Fénix, al menos. Y descarto de entrada a Dosto y los espíritus mayores. Seamos extremos: supongamos que no posas en tus manos libro alguno. Ni en tus manos ni en tus ojos, por supuesto. Supongamos que evades todo aquello que, según has dicho, viene a complicar las cosas. ¿Puedo concluir entonces que no quieres? ¿Es correcto verlo así?


Me explico mal, supongo. Por lo mismo, antes del fin aclaro algunas cosas. Tienes derecho, ante todo. Tienes derecho y yo no. No cuestiono eso. Leer a Dosto, a fin de cuentas, no asegura nada. Ninguna acción, de hecho, tiene consecuencias seguras. Tienes derecho y no necesitas dar razones. Tienes derecho a no querer. No pido razones. Busco entender algo pequeño, a fin de cuentas. Dime: ¿no quieres qué?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales