“Aquellos que a través de las cosas
saben tocar los lazos divinos que las atan,
no disponen de ese poder permanentemente.”
Antoine de Saint Exupéry, Ciudadela.
.saben tocar los lazos divinos que las atan,
no disponen de ese poder permanentemente.”
Antoine de Saint Exupéry, Ciudadela.
Somos descuidados,
y confiamos en la realidad
más que en los lazos invisibles
que atan las cosas
que nos tocan.
Aún así,
logramos a veces
comprender
que aquello que existe
al fondo del barranco
respira también
en el prado,
y en la nieve,
y hasta en la tierra húmeda
que cubre los cuerpos
de los muertos.
Pero ocurre
que el alma está plena de sueño,
y la constancia
no es, a fin de cuentas,
nuestra característica esencial
ni mucho menos.
Y dejamos entonces de fijarnos
y ejercitarnos,
e incluso olvidamos que el alma
al igual que el corazón,
es simplemente un músculo.
Y es que si lo pensamos bien
todo es músculo,
y toda nueva comprensión
necesita de un mínimo de fuerza
para ser sostenida
sobre nuestras cabezas.
Por eso, quizá,
con el paso de los años,
los músculos desgastados van dejando caer
todas aquellas cosas en que creímos antaño,
y hasta la idea de Dios,
o del amor,
o de lo que sea que creímos trascendente
en algún momento,
se cae desde nosotros
sin excepción,
por simple falta de ejercicio.
Y volvemos así a guardarnos con el rebaño,
y nos apoyamos en los otros para no caer,
y los otros se apoyan en otros
y los más lejanos están simplemente
sujetos contra las cercas,
y olvidamos entonces que existía un rostro
que podías conocer
a través de la lectura secreta
de las cosas.
Nos vamos quedando así
con la arquitectura fácil,
con la obviedad del soporte,
y la protección que es simplemente
falta de músculo;
y gritamos ante el barranco,
y nos tranquilizamos ante el prado
y buscamos descansar, entonces,
porque pensamos que comprender
fue una tarea ardua
ya cumplida.
Pues bien,
me gustaría contarles que la comprensión se va,
que el amor se acaba
y que los hijos crecen…
me gustaría decirles
que el músculo es débil,
y recordarles,
en definitiva,
que el alma
está plena de sueño.
Y es que ella busca el descanso,
de la misma forma como el viejo
cansado de la vida,
-de sostener la vida, me refiero-
comienza a dejarla ir,
una vez que perdió las fuerzas.
¡Si hasta Dios termina siendo
a fin de cuentas,
un músculo!
Y la responsabilidad no es nada
sin la fuerza,
y la vida misma se vuelve nada
si no cumplimos con esa responsabilidad.
Y así, hasta los lazos divinos
que descubrimos un día
existían entre las cosas
que nos tocan,
dejan de existir
para quienes se volvieron débiles,
o ejercitaron la fuerza equivocada.
Y es que si el alma está plena de sueño,
y quiere dormir,
hay que enseñarle al cuerpo
a desear más allá de la carne,
y sostener firme aquello
que bajo el peso del mundo
amenaza con venirse abajo.
Ese es el deber.
Y no hay derecho de evitar un esfuerzo
sino en nombre de otro esfuerzo.
Todo lo demás es vanidad,
e insensatez
y hasta falta de amor
por todo aquello que supimos
indudablemente un día
que era verdadero.
y confiamos en la realidad
más que en los lazos invisibles
que atan las cosas
que nos tocan.
Aún así,
logramos a veces
comprender
que aquello que existe
al fondo del barranco
respira también
en el prado,
y en la nieve,
y hasta en la tierra húmeda
que cubre los cuerpos
de los muertos.
Pero ocurre
que el alma está plena de sueño,
y la constancia
no es, a fin de cuentas,
nuestra característica esencial
ni mucho menos.
Y dejamos entonces de fijarnos
y ejercitarnos,
e incluso olvidamos que el alma
al igual que el corazón,
es simplemente un músculo.
Y es que si lo pensamos bien
todo es músculo,
y toda nueva comprensión
necesita de un mínimo de fuerza
para ser sostenida
sobre nuestras cabezas.
Por eso, quizá,
con el paso de los años,
los músculos desgastados van dejando caer
todas aquellas cosas en que creímos antaño,
y hasta la idea de Dios,
o del amor,
o de lo que sea que creímos trascendente
en algún momento,
se cae desde nosotros
sin excepción,
por simple falta de ejercicio.
Y volvemos así a guardarnos con el rebaño,
y nos apoyamos en los otros para no caer,
y los otros se apoyan en otros
y los más lejanos están simplemente
sujetos contra las cercas,
y olvidamos entonces que existía un rostro
que podías conocer
a través de la lectura secreta
de las cosas.
Nos vamos quedando así
con la arquitectura fácil,
con la obviedad del soporte,
y la protección que es simplemente
falta de músculo;
y gritamos ante el barranco,
y nos tranquilizamos ante el prado
y buscamos descansar, entonces,
porque pensamos que comprender
fue una tarea ardua
ya cumplida.
Pues bien,
me gustaría contarles que la comprensión se va,
que el amor se acaba
y que los hijos crecen…
me gustaría decirles
que el músculo es débil,
y recordarles,
en definitiva,
que el alma
está plena de sueño.
Y es que ella busca el descanso,
de la misma forma como el viejo
cansado de la vida,
-de sostener la vida, me refiero-
comienza a dejarla ir,
una vez que perdió las fuerzas.
¡Si hasta Dios termina siendo
a fin de cuentas,
un músculo!
Y la responsabilidad no es nada
sin la fuerza,
y la vida misma se vuelve nada
si no cumplimos con esa responsabilidad.
Y así, hasta los lazos divinos
que descubrimos un día
existían entre las cosas
que nos tocan,
dejan de existir
para quienes se volvieron débiles,
o ejercitaron la fuerza equivocada.
Y es que si el alma está plena de sueño,
y quiere dormir,
hay que enseñarle al cuerpo
a desear más allá de la carne,
y sostener firme aquello
que bajo el peso del mundo
amenaza con venirse abajo.
Ese es el deber.
Y no hay derecho de evitar un esfuerzo
sino en nombre de otro esfuerzo.
Todo lo demás es vanidad,
e insensatez
y hasta falta de amor
por todo aquello que supimos
indudablemente un día
que era verdadero.
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