viernes, 22 de septiembre de 2017

Defectos ajenos.


Hice listas de defectos ajenos.

Por años hice listas.

Minuciosas.

Detalladas.

Incluso incluí en cada una, referencias a acciones que sirvieran de fundamentos para los defectos señalados.

Entonces establecí criterios y las organicé en distintos tomos.

Compaginé.

Pasé en limpio.

Ordené todo aquello que iba construyendo.

De hecho, bien podría haber armado con esas listas, una nueva biblioteca.

Con el tiempo, sin embargo, cambiaron algunas cosas.

Por ejemplo, fui observando que los defectos se repetían.

Entre unas  personas y otras, me refiero.

Y no solo un defecto, sino la suma de cada uno.

De esta forma, ocurría que M., por ejemplo, tenía exactamente los mismos defectos que T., C. y G.

Entonces –ante el gran material que tenía-, decidí anular algunas listas y, siguiendo el ejemplo anterior, dejar solo la de M., ya que las otras se repetían íntegramente.

Fue así que comenzó a reducirse el material almacenado.

No de manera drástica, pero al menos se detuvo en gran medida la creación de nuevas listas.

Y es que estaba claro: los patrones de defectos se repetían una y otra vez, y ya no había mucho que agregar.

Dejé sin embargo, para el final, hacer mi propia lista.

Eran defectos propios, claro, pero pretendía igualmente ser objetivo.

Por esto, solicité ayuda a algunos conocidos y les pedí que me colaboraran enumerando algunos de mis defectos.

Recibí así, una gran cantidad de material.

Mucho más, al menos, de lo que había proyectado.

No los leí en detalle, por lo mismo.

Para intentar ser justo, entonces, destruí las otras listas que tantos años me había costado organizar.

Sé, por lo demás, que no soy el único que ha actuado de forma parecida.

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